Catequesis desde la jaula

 

Publicado en el semanario «Paraula-Iglesia en Valencia», 
el domingo 7-XI-2004.

 
 

 

San Jacinto Castañeda: 
un modelo para los sacerdotes del siglo

 

 

Por Lisardo Castelló
Párroco de la Font de la Figuera

 

 

     

     La imagen más impactante

 

    Quizá la imagen más impactante de S. Jacinto Castañeda sea aquella en la que le imaginamos dentro de una jaula, elevado, en medio de una plaza de pueblo, en un recóndito país de Asia.

 

    Es como un flash que despierta en el corazón un torrente de sensaciones a pesar de que nos llega lejano en el espacio y en el tiempo. La primera sensación es de inquietud: ¿siguen ocurriendo estas cosas? ¿Cuántos sacerdotes, religiosos y religiosas, o simples cristianos vivirán los últimos momentos de su fe encerrados en una jaula? ¿Cuántos nombres y formas diferentes adquirirá este elemento de tortura en la actualidad?

 

    La segunda es de admiración: ¿Cómo se puede entregar la vida de esta manera? ¿Qué cantidad de confianza en Dios hay que tener acumulada para no flaquear en esos momentos? ¿Cómo son capaces de convertir una muerte, siempre absurda, en un testimonio de vida lleno de sentido?

 

 

    La oración de la iglesia.

 

    Los sacerdotes acudimos cada mañana, al poco de despertar, a la oración de la iglesia. De sus armas nos pertrechamos para entrar en el combate de un nuevo día. Corren tiempos difíciles y no se puede poner un pié en la calle sin calzarse las zapatillas de la fe.

 

    Quizás, en ocasiones, no caemos en la cuenta de que estamos como peregrinos en país extraño. Que estamos en tierra de misión. Que nuestra libertad se mueve entre los barrotes de una jaula estrecha, elaborada, desde antiguo, por un pecado que no cesa y que siempre ha estado presente en la historia de la humanidad, de las sociedades y de las personas particulares. El mundo tiende a enjaular todo lo que tiene alas, y una persona llena del Espíritu Santo es demasiado sospechosa para dejarla en libertad.

 

    Jacinto sabía estas cosas: Su jaula era solamente material. Pidió la Biblia (el fundamento de la fe de la Iglesia), el breviario (la oración de la Iglesia), el Kempis (la sabiduría de la Iglesia), las Confesiones de S. Agustín (La experiencia de Dios dentro de la Iglesia), siguió predicando desde su encierro (para seguir haciendo Iglesia) y pidió también papel y lápiz (para seguir contando las maravillas que Dios iba haciendo en él en la misión que la Iglesia le había encomendado).

 

    Y sus catequistas rezaban con él... la Iglesia con él. Si el mundo es una jaula, la Iglesia es el tributo a la libertad y sus hijos derriban muros, allanan montañas, destruyen barrotes y abren las alas en un espacio interior que es infinito porque es de Dios.

 

    Conviene que muera uno por todos... Ya saben aquella frase bíblica, especialmente profética, y de plena actualidad que dice: "conviene que uno muera para salvar a todo un pueblo". Que dimensiones tan rotundas y universales cobra esta afirmación en el ultramoderno mundo de la globalización. Quizá el Sacerdocio de Cristo tiene en esta frase uno de sus lemas más adecuados.

 

    Jacinto, amigo de Jesús y sacerdote, vivió y murió, uno por todos, haciendo realidad aquella profecía del sumo sacerdote que no deja de cumplirse ("conviene que uno muera...") y fue fiel al mandato dado a la Iglesia apostólica de llevar el Evangelio hasta los confines del mundo. Jacinto era consciente de la necesidad de su muerte- Si el grano de trigo no cae en tierra y muere no da fruto...

 

    Decía D. José María García la Higuera, arzobispo que fue de Valencia: "o santo o nada" ( incluso él lo expresaba en latín AUT SANCTUS AUT NIHIL)... en todo, siempre y solo sacerdote". Creo que en esta visión del sacerdocio vivía instalado también Jacinto. O en aquella otra que también los une a los dos en la distancia de los siglos: "Morir de Dios, morir por amor"

 

 

    La noticia de la muerte

 

    Somos los sacerdotes del mundo de la globalización y esta misión de pastoreo adquiere hoy dimensiones universales.

 

    Noticias de sacerdotes mártires llegan y conmueven, aunque los medios de comunicación no siempre actúan como tales en este sentido: La muerte de algunos tarda más de dos años en ser comunicada al resto de la humanidad, otras ni siquiera llegan a ser noticia. Es curioso que en la era de la comunicación haya tanta dificultad para "comunicar" estos hechos tan importantes.

 

    Noticias de sacerdotes que no son buenos pastores también llegan y afectan negativamente. Nuestra comunidad hoy es el mundo. Todo lo que hacemos de bueno o de malo puede tener repercusiones en la comunidad universal.

 

    La madre de Jacinto recibió la noticia de su muerte dos años después de que ocurriera y de labios de su otro hijo sacerdote. Y en medio del dolor provocado por este acontecimiento revivido daba gloria a Dios por el martirio de su hijo.

 

    Otra imagen que impresiona: "La madre que espera noticias". Un mártir es otro Cristo que muere y su madre otra Iglesia que llora. Los dos son la salvación del mundo.

 

 

    Predicar a tiempo y a destiempo.

 

En la homilía del Triduo. 
Don Lisardo Castelló, Párroco de la Font de la Figuera

    Jacinto siguió predicando desde su encierro en la jaula, ejerciendo el ministerio de la palabra, que está incrustado dentro del ministerio sacerdotal.

 

    Cómo vivir el sacerdocio de manera auténtica en la época actual es, para Monseñor Csaba Ternyác, secretario de la Congregación para el Clero, el desafío que acompaña al sacerdote durante los siglos: "Navegar cuando el viento es bueno no es una gran cosa, pero con el viento en contra, se convierte en un verdadero desafío».

 

    Jacinto navegó en medio de este desafío y lo hizo con un timón firme.

 

    Yo pienso especialmente en sus catequistas, casi con toda seguridad jóvenes, y en la fuerza extraordinaria que recibirían de este joven sacerdote. Un testimonio cuajado de valores duraderos que llega hasta nuestros días. En una sociedad donde se persigue el éxito, la carrera, el hedonismo, la posición económica, el joven que responde a la llamada sacerdotal intenta orientar de otra forma su vida, buscando no lo efímero, sino los valores que duran. Y éste es el desafío que los jóvenes aman: ir a contracorriente. Este componente es el mismo hoy que en la época de nuestro santo.

 

    Dice la Escritura que hay que predicar a tiempo y a destiempo. El Papa Pablo VI precisaba más en esta forma de predicación: "El mundo necesita más testigos que maestros". Curiosa reforma que, podríamos decir, tuvo a S. Jacinto Castañeda como destacado precursor.

 

 

    Los sacerdotes y la eucaristía.

 

    El secretario de la Congregación para el Clero, afirma: "Cuando los sacerdotes predican con claridad la doctrina del Evangelio y del Magisterio, he aquí que extrañamente se hacen incomprensibles".

 

    Es una gran paradoja, que la gran pensadora, Simone Weil, formula así: "El sacerdote católico es comprensible sólo si hay en él algo incomprensible"», concluye.

 

    Catequizar con la vida en el patíbulo, este es el testimonio de Jacinto. La necesaria identificación con Cristo del sacerdote condujo a S. Jacinto Castañeda a dejarse inhabitar por El.

 

    A nosotros, sacerdotes, los hombres nos piden a Cristo, y en nosotros tienen derecho a verlo. Sólo quienes, como S. Jacinto. han aprendido a "estar con Jesús" a los pies de la Cruz están preparados para dejarlo ver, listos para ser enviados como él a evangelizar.

 

    Por ello, en este año de la Eucarístico, sería un buen replanteamiento volver a partir desde Cristo, en el camino de la Cruz cuyo fruto es la Eucaristía.

 

    La Eucaristía nos lleva a ser solidarios con los demás, haciéndonos promotores de armonía, de paz, y especialmente a compartir todo con los necesitados, no es necesario irse "a misiones" para ello. Estamos en un país de misión. Siempre estamos en tierra de misión.

 

    Este criterio de caridad es el signo de la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas. Me gusta recordar que el apresamiento del joven sacerdote S. Jacinto Castañeda, fue ejerciendo una labor caritativa estrictamente sacerdotal: ungiendo a un enfermo. El sacerdote siempre ejerce su misión al lado del necesitado. No hay otra forma de hacerlo, de vivir y de morir sacerdotalmente hablando.

 

 

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