Fue un día grande y muy feliz
para los cristianos de Xàtiva, el Papa Pío X, el día 20 de mayo de 1906
beatificaba a nuestro queridísimo paisano Fray Jacinto Castañeda, mártir
en Tunkin. Quiero recordar y comentar aquella memorable fecha.
Pero antes quisiera ofrecer la preciosa alocución que el Papa Pío VI dio
el 13 de noviembre de 1775 con motivo del martirio de nuestro santo.
La inserto por su interés y para que sirva de plataforma a nuestra
crónica de la beatificación.
Léanla con gusto.
ALOCUCIÓN DE NUESTRO SANTÍSIMO PAPA PÍO POR LA DIVINA PROVIDENCIA PAPA
VI.
Día 13 de noviembre de 1775 de la preciosa muerte de Jacinto Castañeda,
español. Y Vicente de la Paz, tunkinés, de la orden de Predicadores,
Misioneros Apostólicos en el reyno de Tunkin.
Venerables hermanos
Plugo al Padre de misericordias y Dios de todo consuelo dar un alivio
muy grande a nuestras angustias. No sudamos, que tenéis presente,
Venerables Hermanos, con quanto miedo y estremecimiento de ánimo tomamos
la carga de la dignidad Pontificia, pesadísima singularmente en estos
tiempos tan malos. Pero fortalecidos con la Divina promesa, de que
peleará por nosotros y su Iglesia, el que es mayor siempre para
proteger, que el diablo para impugnar; entre los peligros de tantos
males, entre congojas y amarguras, confortándonos Dios, no decaímos de
ánimo, sabiendo, que el hospedage de este mundo está lleno de tristeza y
lágrimas, y no se puede recibir la corona de los dolores y trabajos, si
no precede la constancia en el dolor y en padecer. Por beneficio de
aquel, a cuya voluntad obedecen los tiempos, y sirven los elementos,
vimos, quando no lo esperábamos, crecer la abundancia de las mieses,
abundar de frutas los frutales, los olivares rebozar de frutos, y de
esta suerte darsenos los socorros de la vida temporal. Quanto más,
aunque por todas partes atacan u acometan los enemigos la viña del
Señor, él mismo la guardará, para que sea estable y firme nuestra fe,
fundada sobre firme piedra, como la Esposa, reclinada sobre su Amado.
San Jacinto Castañeda
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La repromoción de este patrocinio poco ha recibido del Señor, que viendo
combatida la Religión Católica con innumerables torbellinos, levantó en
el Reyno de Tunkin varones fortísimos, y fervorosos en la caridad, para
que triunfando insignemente del enemigo comun con la propia sangre,
hermosearon la Iglesia con nuevas coronas.
Esto es lo que nos llena de grande regocijo, Venerables Hermanos, este
es el esclarecidísimo beneficio hecho a la Iglesia en medio de tan
grande abatimiento de la caridad, y de una corrupción tan grande de
costumbres. Esto mismo alegres os anunciamos, para que seais
participantes de nuestro gozo.
Por Carta del Venerable Hermano Jacobo Hierocesariense, Vicario
Apostólico en el Reyno de Tunkin, se ha hecho saber a nuestra
Congregación de Propaganda FIDE, que dos Misioneros de la Orden de
Predicadores, que allí mismo exercitaban el sagrado Ministerio del
Apostolado, habiendo sido presos, y detenidos en presencia del Rey
profesaron la Fe Católica con ánimo invencible, y habiendo padecido
escarnios y tormentos, finalmente menospreciadores de la vida y
triunfadores de la muerte, entregaron con intrepidez al Verdugo su
cabeza. Uno de ellos se llamaba Jacinto Castañeda, español de nación; el
otro Vicente de la Paz, tunkinés. En breves palabras os referiremos
ahora la narración prólixa del Obispo Hierocesariense.
Habiéndose Jacinto por espacio de cinco años empleado en Tunkin, en el
territorio que se le había señalado, en predicar la Palabra de Dios, en
oír Confesiones, y en procurar la salvación de las almas, el día 1 de
julio del año 1773, al volver a casa después de haber administrado los
Sacramentos a un enfermo, fue preso por un infiel, que le perseguía
acompañado de tropa de los suyos: y habiendo sido llevado por diferentes
partes sin comer ni beber por espacio de dos días, fue presentado al
Vice Gobernador. Pedian por su rescate una suma grande de dinero, que
ningún Christiano pudiese pagar. Por tanto fue puesto en una jaula de
cañas, tan estrecha y baxa, que ni había lugar para estar de pie, ni
echado.
Habiendo sido preso no mucho después Vicente de la Paz con no menor
crueldad, fue encerrado en otra jaula semejante. De este modo fueron los
dos llevados a la Corte; y para que constase a todos por qué estaban así
presos en cada jaula escribieron con letras grandes la causa: Maestros
de la Ley de los Portugueses: esto es, Preceptor de la Ley de Dios y de
la Doctrina Evangélica. Llevados a la presencia del mismo Rey, y
habiendo sido preguntados, respondieron: que ellos anunciaban a las
gentes la Ley del Sumo Dios, para que sirviendo ellas al mismo, fuesen
glorificadas en la vida inmortal. Se hizo juicio, que en esto había
crimen bastante, para que fuesen ellos condenados a pena capital. ¿Con
qué valor, pensais oyeron esto los Obreros Evangélicos? ¿qué dixeron? O
¿qué pensais que hicieron ellos? Levantando Jacinto con las manos la
imagen de Jesu Christo, predicando con alta voz su Divinidad y amor
incomparable para con los hombres, pidiendo perdón de los pecados,
haciendo actos de amor encendísimo para con Dios, pronunciando
distintamente el Símbolo de los Apóstoles implorando el amparo de la
Beatísima Virgen baxo la invocación del Rosario, el día 7 de noviembre
de dicho año 1773, como oveja, que estando para ser tragada del lobo, no
gime, no da voces, no se queja, sino que silenciosa espera la muerte, y
cede a los dientes de la voracidad, le fue cortada la cabeza.
A Vicente, que estaba envuelto en la misma Causa, se le había ofrecido
la oportunidad de libertarse de la sentencia cruel: pues las Leyes del
Reyno solamente mandaban se castigase a los Misioneros, pero no a los
del País; y algunos pedian ya se tratase otra vez, y reconociendo su
Causa. Pero él encendido con la emulación de la muerte del Compañero, y
contradiciendo con ánimo invencible, y deseando tener Sentencia igual a
la de Jacinto, como era común a la Causa y morir por Christo, acabó
gloriosamente l carrera de su Apostolado, en el mismo día y con el mismo
género de muerte.
La muchedumbre copiosísima de los Cristianos, que estaban presentes al
espectáculo, a exemplo de Tobías, que temiendo más a Dios que al Rey,
arrebataba los cuerpos de los muertos, y a medía noche los enterraba,
habiendo recogido los cadáveres de los Misioneros, con piadoso rito los
sepultaron en la Iglesia del Pueblo de Trulin.
El Rey arrebatado de la ira, mandó por público Edicto cruel persecución
contra los Cristianos, semejante a la que escribe sam Jerónimo baxo los
Principes Romanos. Por lo que se llenaron las cárceles, se exigieron con
violencia los dineros, los Templos fueron destruidos, las casas
derribadas por el suelo, los Cristianos se retiraron a las cuevas; pero
todos, vencida la contrariedad del tiempo, menos preciada el hambre y
los peligros, armados con el escudo de la salud, lo superaban todo, por
Aquel que nos amó.
San Jacinto Castañeda
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Quando leíamos estas cosas, nos oprimian lágrimas de consuelo y sollozos
agradables, al ver, que la verdad de nuestra Fe, quanto más se empeñan
en obscurecerla, tanto más es ilustrada con rayos más resplandecientes.
Lo que de la Carta hasta aquí referida os anunciamos de los dos Atletas
de Christo, claramente indica, que el odio a la Católica religión movió
al Tirano a quitar la vida a los Varones Religiosísimos, y que ellos
sufrieron la muerte por la Fe; de lo qual bien se deduce que por igual
causa e igual pena los dos lograron igual palma de Martirio Consumado.
Este trofeo de unos hombres fortísimos nos trae a la memoria aquellos
antiguos tiempos, en que la fe de Christo, quando con la sangre de
innumerables Mártires se sembraba por toda la redondez de la tierra,
para brotar con más fecundidad, penetró aún antes de la infección
Nestoriana, hasta el Imperio de China cuya provincia, según dicen, fue
Tunkin en otro tiempo, y nos alegramos grandemente en el Señor, que ni
en el día faltan hombres ricos en virtud, que derramando su sangre, se
esfuerzan a restaurar allí la misma Fe.
Sabemos también, que ha habido otros muchos, que no muchos años ha se
distinguieron con esta grande alabanza del Maertirio; pero la alabanza
de Jacinto y de Vicente en tanto es más útil y fructuosa, en quanto con
su Corona añadida a muchísimas Coronas de otros Mártires, no solamente
aprovecharon a aquellas partes remotas, sino que pueden también
aprovechar muchísimo a nuestros Países, en que es combatida estos días
la Fe Cristiana con Doctrinas venenosas.
Aunque más lo contradigan los enemigos de la profesión Católica, no
pueden dexar de entender, aunque a pesar suyo, que a los demás
argumentos de la certeza de nuestra Fe se les añade grande fuerza de la
virtud de los Mártires, y de la alegría con que murieron. ¿Cómo hubieran
de su libre voluntad corrido al Martirio más de los que pudiese matar la
crueldad de los verdugos? ¿ Cómo hubieran ido volando a los tormentos
los que eran distinguidos en linaje y honores, y los que abundaban de
riquezas y comodidades para la vida? ¿Cómo hubiera habido tantas
Doncellas nada medrosas, Jóvenes intrépidos, Rudos invictos,
atormentadores convertidos, sino hubiera Dios, socorriendo con un modo
invisible a los que peleaban por la verdad legítima, acabado la carrera
del Martirio, como que solo él puede vencer el sentido y la naturaleza?
Por esto con razón enseñaron los Santos Padres, que por el Martirio
aprenden los hombres a creer a Christo; los que dudan, se fortalecen; es
defendida la Religión; y fortalecida la Iglesia.
Por lo que quanto más vehementes fueron los acometimientos de los
enemigos, tanto con más abundante renuevo brotaron unas de otras las
palmas logradas de los feroces Tiranos. Sobre esto es ilustre la
sentencia de Suplicio Severo: Quando dice, casi todo el mundo estaba
teñido con la sangre de los Mártires, a competencia entraban en las
batallas gloriosas, y con mucho mayor deseo se buscaban entonces los
Martirios con gloriosas costumbres que se apetecen ahora los Obispados
con ambiciones viciosas.
Son conformes los dichos de los Santos Padres; comprueban esto mismo los
monumentos sagrados; lo confirma la propagación de las Misiones
Apostólicas.
Oxála pues, con el documento de nuestros Mártires, los sabios de este
siglo dén de mano a las opiniones falsas, así como ellos menospreciaron
su vida por la verdad de la Fe; y ya que no les pueden seguir por los
tormentos, síganles en la virtud. Oxála piensen en lo íntimo de su
corazón, que quando los Mártires con una lucha cruel nos recomiendan la
Fe verdadera, hace Dios, sea instrucción de los venideros, la aflicción
de los que precedieron; a ellos les examina, para enseñarnos a nosotros;
a ellos les destroza, para ganarnos a nosotros; y sus tormentos quiere
sean adelantamientos nuestros.
Después de haberos con gozo grande de nuestro corazón acordado estas
cosas, juzgamos ser oportuno descubrir nuestra alegría, no sólo con
palabras, sino también con señales manifiestas.
Por esto volvemos nuestro pensamiento a la esclarecida Orden de
Predicadores, dignísima de toda recomendación, de la qual así como los
dos antedichos Alumnos han dado materia muy grata a esta nuestra
Alocución; así también otros muchísimos distinguidos en santidad,
doctrina y dignidad, tiempo ha que movieron nuestra devoción, para que
tomáramos el nombre de aquel, que al mismo tiempo acrecentó la gloria de
la Familia Dominicana, y de la Cátedra Apostólia.
Para dar pues testimonio de nuestra singular benevolencia a la misma
Orden, hemos resuelto adornar con la Púrpura al que casi veinte años ha
con tan grande alabanza le preside; que a nadie ha complacido en lo que
no ha sido conveniente. Es a saber, al Maestro Juan Thomas de Boxadors;
quien queremos, retenga el Magisterio General, que deberá durar a
nuestro beneplácito y de la Silla Apostólica. ( ... ) En el nombre del
Padre, del Hijo, y del espíritu Santo. Amén.
Pío VI
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