Para relatar perfectamente este
aspecto tan importante de la Historia de España y de la Iglesia, es
preciso recurrir a la obra de don Vicente Carcel Ortí, libro que he
citado varias veces y ahora copio en sus páginas 393-396, pues creo que
es un estudio muy bien hecho y además realista.
La persecución religiosa fue la mayor tragedia conocida por la Iglesia
en España y su tributo de sangre, a partir de 1936, el más ingente que
registra la historia.
Casi siete mil eclesiásticos fueron víctimas de un volcán de
irracionalidad. La Iglesia, que tiene el mérito y la valentía de no
temer la impopularidad y la característica de no ser cortesana de nadie,
decidió hace unos años reconocer oficialmente el martirio de varias
víctimas de dicha persecución al beatificar a tres carmelitas asesinadas
en Guadalajara.
Después siguieron las beatificaciones de los 26 jóvenes pasionistas de
Daimiel, Y coincidiendo con la publicación de este libro obtienen el
mismo reconocimiento los 8 hermanos de las Escuelas Cristianas de Turón
y un pasionista que era su capellán, otro hermano de la Salle, de
Lérida, y una religiosa de la Compañía de Santa Teresa, de Barcelona.
En 1987 se desencadenó una polémica infundada y farisáica a raíz de las
primeras beatificaciones, que estuvo inspirada y fomentada por quienes
sienten comprensión ante los excesos republicanos, como lo sienten
también ante los desmanes jacobinos de la Revolución Francesa y los
crímenes de los soviéticos de después de 1917. Los exponentes de esta
concepción funesta defienden que los “suyos “ destruyeron y mataron por
exigencias justas, mientras que los “otros” eran terroristas y atentaron
contra la Humanidad. Se rasgan las vestiduras y se escandalizan porque
la Iglesia reconoce el martirio de sus fieles y pretenden equiparar
estas muertes con los asesinatos cometidos por los nacionales.
Volvemos al tema peliagudo de las relaciones entre la persecución
religiosa y la represión política.
Sabemos que el término “ mártir “ encierra varias acepciones en el
lenguaje corriente. Significa ante todo la persona que sufre o muere por
amor a Dios, como testimonio de su fe, perdonando a sus verdugos, a
imitación de Cristo en la Cruz ... El político persigue unos ideales,
unos programas y unos proyectos nobles para el bien de su pueblo. Pero
el ideal religioso es infinitamente superior, trasciende a todo lo
humano y tiene como referencia la fe y la esperanza en la vida eterna y
el amor a Dios, que se manifiesta también en el amor al prójimo.
Durante la República y la guerra, los políticos revolucionarios, que
generalmente eran ateos o agnósticos, y desde luego anticlericales,
desencadenaron la gran persecución, aunque los hechos más execrables
fueron realizados materialmente, en muchos casos, por delincuentes
comunes, que ellos mismos pusieron en libertad y fueron ejecutores
fieles de consignas recibidas.
En toda la zona republicana el culto público estuvo prohibido durante
casi tres años. La Iglesia no existió oficialmente, pero se organizó en
la clandestinidad.
Los eclesiásticos fueron asesinados sencillamente por lo que eran. Las
carmelitas porque eran monjas y los pasionistas y los hermanos de la
Salle porque eran frailes.
Pero ni unos ni otros estaban implicados en luchas políticas ni entraron
jamás en ellas. Y esto no tenía nada que ver con la brutal represión que
los nacionales desencadenaron en su zona al ejecutar a los que eran de
izquierdas - socialistas, comunistas y anarquistas - ni con la
despiadada represión de la zona roja, en la que fueron eliminados
elementos de derechas - falangistas, tradicionalistas, monárquicos - y
quienes eran considerados sencillamente de derechas. Esto es represión
política y aquello persecución religiosa. A las cosas hay que llamarlas
por su nombre, y no favorece a nadie - y desde luego no favorece a la
verdad - fingir que se ha olvidado lo que ha ocurrido, las
responsabilidades que ha habido en el pasado y las críticas que deben
hacerse para esclarecerlo. La verdad y la justicia sobreviven al
sectarismo y a la manipulación histórica, aunque se realicen por métodos
científicos.
Ilustración de portada del libro “La
persecución religiosa
en España durante la Segunda República (1931-1939)
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La persecución fue anterior al 18 de julio de 1936, no sólo por la quema
y destrucción de iglesias, sino también por el asesinato de sacerdotes
en Asturias, en octubre de 1934. Entonces faltaban todavía dos años para
el comienzo de la guerra y no existía provocación alguna del Ejército ni
levantamiento armado contra el gobierno legítimo de la República. Por
eso es insostenible la tesis defendida hasta la saciedad por una
historiografía, tanto española como extranjera, que ha pretendido
explicar el fenómeno persecutorio como reacción a la rebelión militar
que desencadenó la contienda fraticida.
No hay que confundir, pues, lo religioso con lo político o con lo
social. Esto es superfluo recordarlo a cuantos vivieron la tragedia,
pero es necesario recuperar la memoria histórica para todos y en
especial para los cristianos porque deben tener un recuerdo lúcido que
les ayude a discernir lo que es bueno y justo en cada momento y, sobre
todo, porque durante los últimos años se asiste en España a una
falsificación y tergiversación de la historia semejante en todo a lo que
escribieron los vencedores de la guerra después de la misma. Y sobre el
tema religioso, la manipulación y el sectarismo son todavía mayores en
muchos medios de comunicación tanto oficiales como privados, así como en
libros de divulgación, en obras con pretendido carácter científico e
incluso en cátedras universitarias, que siguen a pie juntillas
ideologías superadas y fracasadas como el anacrónico liberalismo
anticlerical de signo demoníaco o el marxismo-leninismo que sólo
sobrevive a duras penas en los países subdesarrollados del Tercer Mundo.
Se ha dicho que la mentira es hoy la fuerza que mueve al mundo, mientras
que el Evangelio proclama que sólo la verdad nos hará libres. Es, pues,
necesario, si queremos seguir siendo libres, huir de las mixtificaciones
que condicionan el estudio de la historia, Y por lo que a la de la
Iglesia se refiere, habrá que librarse de la marcada tendencia que
existe - casi como una moda, incluso entre los eclesiásticos - a difamar
su pasado, a desacreditar a los testigos de la fe y a pregonar que nunca
la Iglesia hizo nada positivo por la Humanidad.
Durante la persecución religiosa española hubo auténticos mártires. La
investigación histórica lo ha demostrado, y la Iglesia lo está
reconociendo en casos concretos mediante los procesos de beatificación.
Pero antes que la lluvia del tiempo borre las huellas de estos héroes,
urge recuperar para la historia y para la memoria colectiva la herencia
espiritual de aquellos hombres y mujeres que brillaron por su coherencia
y valentía en la defensa de los valores supremos.
Estos fueron portadores de un mensaje de paz, tolerancia, concordia y
reconciliación nacional frente al odio irracional que movió a las dos
Españas enfrentadas. Son patrimonio de la nación, y hoy siguen siendo
ejemplos vivos para la superación de nuestros contrastes ideológicos y
para la promoción de la fraternidad y solidaridad que todas las
ideologías predican. Pero, además, para los cristianos estos mártires
merecen, como dice San Agustín, un culto de amor y de participación con
el que veneramos en esta vida a los santos, cuyo corazón sabemos que
está dispuesto al martirio como testimonio de la verdad del Evangelio.
Culto que se ofrece en definitiva a Dios porque los coronó de gloria. -
( Vicente Carcel - La persecución religiosa en España durante la segunda
República - 1931 - 1939 ).
La hostilidad contra la Iglesia de Xàtiva se manifestó antes del 18 de
julio de 1936.
Los católicos setabenses defendieron sus iglesias y sus sacerdotes
mientras en Alzira y Carcaixent en mayo del 36 ardían sus templos.
Pero, cuando comenzó la parte más sangrienta de la Persecución, los
sacerdotes de Xàtiva se vieron solos, abandonados por todos y expuestos
a la muerte. Los seglares simplemente lamentaban la situación.
Todas las iglesias de Xàtiva con la Colegiata al frente y sus conventos
sufrieron robos de obras de arte, incendios y demoliciones.
Incautadas por los milicianos fueron destinadas a mercados, cuarteles,
almacenes y otras cosas. Tremendo fue el daño que se hizo al Patrimonio
de la Iglesia. Hoy se habla del “martirio del arte”. Los archivos
parroquiales, aunque también afectados por los saqueos, pudieron
salvarse en parte. En la Seu existe un detallado e interesante informe
del Abad don Juan Vayá que describe el estado en que quedó la Colegiata
en 1939, al terminar la Persecución Religiosa.
Cristo del Carmen mutilado
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