Volvamos la mirada a Toledo, el
personaje más importante es el Primado, en la persona del Cardenal
Segura, había sucedido a don Enrique Reig y era la autoridad
eclesiástica más relevante de toda España. Don Vicente Cárcel Ortí
resume la actuación del arzobispo Pedro Segura Sáenz en el libro citado
y al cual recurro.
Segura era arzobispo de Toledo desde 1927. Apenas un año antes había
sido nombrado arzobispo de Burgos como premio a la meritoria labor
desarrollada como obispo de Coria desde 1920. Tenía fama de ser un
apóstol y un santo; ciertamente era un trabajador incansable, entregado
de lleno a su ministerio en el más absoluto silencio, enemigo de
publicidad y notoriedad.
Toledo, pues, contó con un primado considerado santo, intelectualmente
bien preparado, de carácter fuerte, incansable para el trabajo y de
probada adhesión a la Santa Sede y a la persona del Papa. Y aunque
Segura llevaba pocos meses de arzobispo en Burgos, ni Alfonso XIII tuvo
inconveniente en presentarlo para Toledo ni Pío XI en aceptar dicha
presentación.
El Papa Pío XI
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En Toledo no dio el cardenal Segura el resultado esperado y muy pronto
se ganó la antipatía de un gran sector del clero y de los católicos.
La primera intervención desafortunada de Segura tuvo lugar en la primera
“Sabatina” celebrada en la catedral después de la proclamación de la
República. El Gobierno entendió las palabras del Primado como que éste
entendía un mal la República y que, por tanto, era contrario a ella.
El 1 de mayo de 1931 el cardenal Segura en su doble condición de
arzobispo de Toledo y director nacional de la Acción Católica, sin hacer
demasiado caso a la Nunciatura y sin consultar con los arzobispos
metropolitanos, comunicó a los católicos las normas de conducta política
que la Santa Sede había creído oportuno dar en aquellos momentos y que
habían sido enviadas reservadamente a los mismos metropolitanos. Aquello
causó mucha inquietud entre los mismos obispos y el clero en general. El
ministro de Justicia envió una reclamación al Nuncio, indicando la
conveniencia de alejar al Primado de España.
El primado, que por haberse entrometido demasiado directamente en
ciertas luchas políticas locales, de lo que muchos católicos se
lamentaron, temió que el pueblo de Toledo se lanzara en manifestaciones
contra su persona, salió de su diócesis el 12 de mayo, marchó a Roma y
fue recibido por el Papa Pío XI y por el cardenal Pacelli, a quienes
informó de la situación española.
El cardenal regresó en el mes de junio a España, había entrado por la
vía más oculta e inesperada. El Gobierno, que no deseaba su regreso, se
mostró muy preocupado por su presencia en territorio nacional y dio
orden a la policía de detenerle. Se le detuvo en Guadalajara cuando
realizaba una visita canónica a un convento. Creaba malestar y había que
quitárselo de encima y así fue. La impresión general producida por la
expulsión del cardenal, con intervención de la fuerza pública, fue muy
negativa en los ambientes católicos y provocó protestas en toda España.
Pero según la opinión de la gente más sensata, el comportamiento del
cardenal había sido poco prudente, porque marchó de España por su propia
iniciativa, queriendo dar la impresión de que se le había expulsado y
facilitando al Gobierno el deseo de no volver a verle en España, según
la opinión de Vicente Carcel, el cardenal se marchó de España cuando
podía haberse quedado y regresó cuando hubiera sido más oportuno que
esperase hasta el final de las elecciones. Y quien sufrió las
consecuencias fue la Iglesia.
El Cardenal Gomá, Primado de España
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Segura se convirtió en una bandera de lucha que dividió, apasionó y
enconó los ánimos de sus amigos y adversarios.
Al final de todo esto intervino la Santa Sede, que se vio obligada a
nombrar al obispo auxiliar de Toledo administrador apostólico “sede
plena”, con lo cual desautorizaba la actuación del primado y a finales
de septiembre el mismo primado presentaba su dimisión, la situación
desagradable la había creado él mismo.
Esta renuncia fue considerada por todos como muy oportuna.
Segura vivió retirado en Roma como cura modesto de pueblo. Más tarde su
sucesor el cardenal Gomá haría lo posible para restablecer al cardenal,
nombrándole arzobispo de Sevilla en 1937.
El Vaticano estaba muy preocupado por el porvenir de la Iglesia en
España y el Papa tuvo un gran interés que los católicos españoles
supieran que él estaba muy unido a todos los obispos, sacerdotes y
fieles de toda España, “compartiendo con ellos los daños y las penas del
presente, las amenazas y los peligros del futuro; con toda la energía
exigida por su ministerio apostólico protestaba altamente contra las
múltiples ofensas infligidas a los sacrosantos derechos de la Iglesia,
que son los derechos de Dios y de las almas “L’Osservatore Romano, 16 de
octubre de 1931”.
También el día de Cristo Rey, durante la misa celebrada en la Basílica
de San Pedro, el Papa pidió oraciones por la “querida nación española”.
El Papa confiaba en que se pudiera por las vías justas y legítimas
reparar el daño, ya causado, y poder evitar algo peor todavía.
El nuncio del Papa en España trabajó lo indecible para que el mensaje de
Pío XI llegara a toda España y los obispos agradecieron al Papa el gesto
de solidaridad y oración universal por la Iglesia de España. Y a partir
de ahí, los mismos obispos españoles pensaron en escribir una Carta
Pastoral y en ella expresar con toda claridad la actitud de la Iglesia
ante los últimos acontecimientos ocurridos en la nación. La Santa Sede
lo vio con muy buenos ojos y de esta forma se concibió la llamada “Carta
colectiva”.
La Carta era respetuosa y completa.
Se publicó el 1 de enero de 1932, después de promulgarse la nueva
Constitución.
A los católicos les sentó bien y agradó que los obispos tomaran postura,
que se “mojaran” ante la situación creada en España de cara a la
Iglesia.
El 3 de enero el periódico católico El Debate comentó este documento
afirmando que era “admirable, oportuno, completísimo, así en el orden
doctrinal como en el de las aplicaciones y normas prácticas, ya que en
él se hablaba con la firmeza y mansedumbre evangélicas propias de
obispos. ¡Que los entiendan con recta conciencia qué dice y qué anuncia
la Iglesia en España! Su voluntad, bien definida, es firme y enérgica.
No declara la guerra. Sabe, por el contrario, que la guerra se ha
declarado contra ella. Y dice que no lo ignora. Y se dispone a defender
sus derechos que, aún más que suyos, son un depósito sagrado e
incoercible. Pero, aun ofendida y agredida, brinda la paz a las buenas
voluntades. De suerte que la paz o la discordia no dependen de la
Iglesia. Por la paz ha hecho y hace cuanto puede. La Pastoral colectiva
es el último de los esfuerzos que por la paz nacional ha hecho la
Iglesia. Que ese esfuerzo sea fecundo o estéril… será obra de otros”.
Así de claro y así de firme, los obispos no se pararon en bobadas,
aquello era serio y con seriedad afrontaron la situación.
También sabemos el poco caso que les hicieron y como desembocó después
toda la historia, quien más sufrió fue la Iglesia española y aquéllos
que la integraban.
Catedral de Toledo
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