Papeles de historia 35

 

Desde la Colegiata de santa María de Xàtiva

Aproximación a una historia

 

ARTURO CLIMENT BONAFÉ
A
BAD DE XÀTIVA

ÍNDICE

 

35. PROCLAMACIÓN DE LA
SEGUNDA REPÚBLICA (B)

 

Volvamos la mirada a Toledo, el personaje más importante es el Primado, en la persona del Cardenal Segura, había sucedido a don Enrique Reig y era la autoridad eclesiástica más relevante de toda España. Don Vicente Cárcel Ortí resume la actuación del arzobispo Pedro Segura Sáenz en el libro citado y al cual recurro.

Segura era arzobispo de Toledo desde 1927. Apenas un año antes había sido nombrado arzobispo de Burgos como premio a la meritoria labor desarrollada como obispo de Coria desde 1920. Tenía fama de ser un apóstol y un santo; ciertamente era un trabajador incansable, entregado de lleno a su ministerio en el más absoluto silencio, enemigo de publicidad y notoriedad.

Toledo, pues, contó con un primado considerado santo, intelectualmente bien preparado, de carácter fuerte, incansable para el trabajo y de probada adhesión a la Santa Sede y a la persona del Papa. Y aunque Segura llevaba pocos meses de arzobispo en Burgos, ni Alfonso XIII tuvo inconveniente en presentarlo para Toledo ni Pío XI en aceptar dicha presentación.
 


El Papa Pío XI


En Toledo no dio el cardenal Segura el resultado esperado y muy pronto se ganó la antipatía de un gran sector del clero y de los católicos.

La primera intervención desafortunada de Segura tuvo lugar en la primera “Sabatina” celebrada en la catedral después de la proclamación de la República. El Gobierno entendió las palabras del Primado como que éste entendía un mal la República y que, por tanto, era contrario a ella.

El 1 de mayo de 1931 el cardenal Segura en su doble condición de arzobispo de Toledo y director nacional de la Acción Católica, sin hacer demasiado caso a la Nunciatura y sin consultar con los arzobispos metropolitanos, comunicó a los católicos las normas de conducta política que la Santa Sede había creído oportuno dar en aquellos momentos y que habían sido enviadas reservadamente a los mismos metropolitanos. Aquello causó mucha inquietud entre los mismos obispos y el clero en general. El ministro de Justicia envió una reclamación al Nuncio, indicando la conveniencia de alejar al Primado de España.

El primado, que por haberse entrometido demasiado directamente en ciertas luchas políticas locales, de lo que muchos católicos se lamentaron, temió que el pueblo de Toledo se lanzara en manifestaciones contra su persona, salió de su diócesis el 12 de mayo, marchó a Roma y fue recibido por el Papa Pío XI y por el cardenal Pacelli, a quienes informó de la situación española.

El cardenal regresó en el mes de junio a España, había entrado por la vía más oculta e inesperada. El Gobierno, que no deseaba su regreso, se mostró muy preocupado por su presencia en territorio nacional y dio orden a la policía de detenerle. Se le detuvo en Guadalajara cuando realizaba una visita canónica a un convento. Creaba malestar y había que quitárselo de encima y así fue. La impresión general producida por la expulsión del cardenal, con intervención de la fuerza pública, fue muy negativa en los ambientes católicos y provocó protestas en toda España.

Pero según la opinión de la gente más sensata, el comportamiento del cardenal había sido poco prudente, porque marchó de España por su propia iniciativa, queriendo dar la impresión de que se le había expulsado y facilitando al Gobierno el deseo de no volver a verle en España, según la opinión de Vicente Carcel, el cardenal se marchó de España cuando podía haberse quedado y regresó cuando hubiera sido más oportuno que esperase hasta el final de las elecciones. Y quien sufrió las consecuencias fue la Iglesia.
 


El Cardenal Gomá, Primado de España


Segura se convirtió en una bandera de lucha que dividió, apasionó y enconó los ánimos de sus amigos y adversarios.

Al final de todo esto intervino la Santa Sede, que se vio obligada a nombrar al obispo auxiliar de Toledo administrador apostólico “sede plena”, con lo cual desautorizaba la actuación del primado y a finales de septiembre el mismo primado presentaba su dimisión, la situación desagradable la había creado él mismo.

Esta renuncia fue considerada por todos como muy oportuna.

Segura vivió retirado en Roma como cura modesto de pueblo. Más tarde su sucesor el cardenal Gomá haría lo posible para restablecer al cardenal, nombrándole arzobispo de Sevilla en 1937.

El Vaticano estaba muy preocupado por el porvenir de la Iglesia en España y el Papa tuvo un gran interés que los católicos españoles supieran que él estaba muy unido a todos los obispos, sacerdotes y fieles de toda España, “compartiendo con ellos los daños y las penas del presente, las amenazas y los peligros del futuro; con toda la energía exigida por su ministerio apostólico protestaba altamente contra las múltiples ofensas infligidas a los sacrosantos derechos de la Iglesia, que son los derechos de Dios y de las almas “L’Osservatore Romano, 16 de octubre de 1931”.

También el día de Cristo Rey, durante la misa celebrada en la Basílica de San Pedro, el Papa pidió oraciones por la “querida nación española”. El Papa confiaba en que se pudiera por las vías justas y legítimas reparar el daño, ya causado, y poder evitar algo peor todavía.

El nuncio del Papa en España trabajó lo indecible para que el mensaje de Pío XI llegara a toda España y los obispos agradecieron al Papa el gesto de solidaridad y oración universal por la Iglesia de España. Y a partir de ahí, los mismos obispos españoles pensaron en escribir una Carta Pastoral y en ella expresar con toda claridad la actitud de la Iglesia ante los últimos acontecimientos ocurridos en la nación. La Santa Sede lo vio con muy buenos ojos y de esta forma se concibió la llamada “Carta colectiva”.

La Carta era respetuosa y completa.

Se publicó el 1 de enero de 1932, después de promulgarse la nueva Constitución.

A los católicos les sentó bien y agradó que los obispos tomaran postura, que se “mojaran” ante la situación creada en España de cara a la Iglesia.

El 3 de enero el periódico católico El Debate comentó este documento afirmando que era “admirable, oportuno, completísimo, así en el orden doctrinal como en el de las aplicaciones y normas prácticas, ya que en él se hablaba con la firmeza y mansedumbre evangélicas propias de obispos. ¡Que los entiendan con recta conciencia qué dice y qué anuncia la Iglesia en España! Su voluntad, bien definida, es firme y enérgica. No declara la guerra. Sabe, por el contrario, que la guerra se ha declarado contra ella. Y dice que no lo ignora. Y se dispone a defender sus derechos que, aún más que suyos, son un depósito sagrado e incoercible. Pero, aun ofendida y agredida, brinda la paz a las buenas voluntades. De suerte que la paz o la discordia no dependen de la Iglesia. Por la paz ha hecho y hace cuanto puede. La Pastoral colectiva es el último de los esfuerzos que por la paz nacional ha hecho la Iglesia. Que ese esfuerzo sea fecundo o estéril… será obra de otros”.

Así de claro y así de firme, los obispos no se pararon en bobadas, aquello era serio y con seriedad afrontaron la situación.

También sabemos el poco caso que les hicieron y como desembocó después toda la historia, quien más sufrió fue la Iglesia española y aquéllos que la integraban.
 


Catedral de Toledo

 

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