Con motivo de la canonización de san Jacinto Castañeda el arzobispo de entonces, don Miguel Roca, escribe vísperas de tan importante acontecimiento en junio de 1988 una Carta pastoral que por su interés incluimos en este Dossier especial dedicado a nuestro Santo

 

Especial publicado en la revista Caminem Junts 
Nº 68  SEPTIEMBRE / OCTUBRE 2004

 

            El Señor ha sido siempre generoso con la diócesis de Valencia. Y su providencia la ha hecho, además, madre fecunda de santos.

            El día 19 de junio del presente año, S.S. Juan Pablo II canonizará a 117 nuevos santos. La Iglesia de Valencia se siente gozosa, pues muchos de ellos son fruto de la evangelización de nuestros misioneros en tierras de Vietnam.

            Algunos de los nuevos santos estuvieron muy relacionados con nuestra diócesis. Jerónimo Hermosilla, quien además de pisar las aulas de nuestro seminario y prestar sus servicios en el palacio arzobispal a nuestro predecesor, aun siendo natural de Calahorra, había tomado el hábito en Predicadores de Valencia, desde donde se incorpora a las misiones. Sin embargo, la alegría nos llega particularmente por el joven Jacinto Castañeda Puchasons, natural de Xàtva.

            No sería bueno que este acontecimiento pasara desapercibido en nuestra diócesis. La canonización de Jacinto Castañeda es un nuevo regalo que el Señor nos ofrece y una llamada a la fidelidad al Evangelio de Jesucristo. Y, especialmente, una gloria para las tierras de Xàtiva, fecundas por la santidad de uno de sus hijos.

            La santidad de uno de los nuestros, Jacinto Castañeda, es un buen momento para volver sobre nosotros mismos y preguntarnos por el anhelo de fidelidad en nuestra vida creyente.

            La vida creyente es la vida de un testigo. La fe vivida se hace signo y palabras: “También creemos nosotros, por eso hablamos” (2Cor 4,13). Aquel que cree en Jesucristo no lo esconde ni lo guarda. Si Jacinto Castañeda dio con su vida un testimonio extraordinario de Jesucristo, también nosotros estamos llamados a testificarlo y decirlo con nuestra vida, con nuestras obras, con nuestros gestos y palabras.

            En una sociedad secularizada, en que buena parte de los impulsos y los signos están alejados del Evangelio, los creyentes no deben avergonzarse de Jesucristo y de su palabra. Con humildad y firmeza, por amor a los hermanos y desinteresadamente, el fiel debe vivir en su espíritu aquello que proclama san Pablo: “ Porque el hecho de predicar el Evangelio no es para mí motivo de orgullo: ¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio! (1 Cor. 9,16).

            Todos estamos llamados a dar testimonio de Jesucristo: presbíteros, religiosos, laicos ... con ese mismo espíritu que nos comunica la Iglesia. Un testimonio que puede llega hasta la persecución y el martirio.

            El testimonio de Jacinto Castañeda le condujo hasta el martirio. Pertenece, por ello, a esa pléyade de creyentes que, a lo largo de los tiempos, han dado y darán el supremo testimonio de amor ante todos, especialmente ante los perseguidores. Por tanto, el martirio, en el que es discípulo se asemeja al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, y se conforma a él en la efusión de su sangre, es estimado por la Iglesia como un don eximio y la suprema prueba de amor. Y, si es don concedido a pocos, sin embargo, todos deben estar prestos a confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle, por el camino de la cruz, en medio de las persecuciones, que nunca faltan a la Iglesia ( Lg. 42) El signo más creíble de la fe es el martirio. Debemos guardar como nuestro mejor tesoro la memoria viva de nuestros mártires. Y así encontrar en ellos el ejemplo y la ayuda para confesar a Cristo en la Cruz. La entrega, el sacrifi cio y la cruz son el signo más creíble de la fe en Jesucristo.

            Nosotros debemos aprender de nuestros mártires la necesidad de una confesión pública de la fe, aun en medio de difi cultades y persecuciones.

            Nuestra Iglesia diocesana, impulsada por la renovación del Sínodo, debe ponerse en pie con una actitud decididamente misionera. Cada cristiano, cada fiel de nuestra diócesis, debe ser un misionero en medio de la sociedad y en todos los campos.

            Todos debemos vivir la honda preocupación por el anuncio del Evangelio para que los hombres de nuestra tierra conozcan y vivan la salvación de Jesucristo, el sentido universal de la fe y de la vida que rompe barreras, que supera estrecheces, que aúna espíritus y que es consciente del hermano que hay en cada hombre.

            El espíritu misionero de Jacinto Castañeda debe despertar en nuestra diócesis vocaciones para la evangelización: hombres y mujeres que se incorporen a la Misión y anuncien sin reservas el Evangelio.

            Y una llamada particular a los jóvenes: ¡No tengáis miedo de abrazar el Evangelio! ¡No tengáis miedo de entregaros totalmente en la evangelización! La Iglesia y los hombres necesitan jóvenes que opten por un camino misionero.

            Miguel, Arzobispo de Valencia
 

 

 

 

Homilía del Sr. Abad de Xàtiva con motivo de la fiesta de San Jacinto Castañeda en el Año Jubilar 2000

 

            Con inmensa alegría celebramos hoy la fiesta de nuestro querido paisano San Jacinto Castañeda, dentro del Año Santo Jubilar 2000. Debe ser para todos nosotros un día grande y feliz, pues contemplamos a un hijo de Xàtiva Santo de la Iglesia universal.

            Aquí nace el 13 de enero de 1743 y en la Seu es bautizado por sus padres José y Josefa María. La casa natalicia del Santo la queremos convertir pronto en un Centro de Espiritualidad.

            Los padres saben muy bien transmitir la fe y las virtudes cristianas a toda la familia. Cinco hijos, una niña y cuatro niños, de éstos tres llegarán a ser sacerdotes y dos contraerán matrimonio.

            Cuantas veces Jacinto entraría aquí para rezar a la Mare de Dèu de la Seu. Aquí asistió a la catequesis y aprendió a rezar, aquí recibió la primera comunión. A los 8 años muere su padre y eso cala en el corazón del muchacho, las cosas ya no pueden ser igual. Cuando apenas cuenta con 14 años quiere ser sacerdote. Lo comunica a su madre y esta a sus hijos; todos están de acuerdo y Jacinto ingresa en el convento de Santo Domingo de Xàtiva. Pero muy pronto es destinado a Orihuela, pues allí puede estudiar mejor y aprender más. Tiene 19 años; se despide de su familia. Jacinto ya no volverá más a su pueblo ni verá a los suyos.

            Se ofrece voluntario para las misiones de Filipinas y allá marcha; después de terminar sus estudios es ordenado sacerdote el 2 de junio de 1762, muy lejos de Xàtiva y de su familia. Escribe a su madre: ya soy sacerdote, he llegado a la meta propuesta. El Señor me ha bendecido más de lo que yo merezco.

            China será su primer destino y gustará también de la primera persecución y tormento por el Evangelio. Quiere predicar a Jesús de Nazaret y no comprende porque es perseguido, porque es torturado al hacer el bien. Su estancia en China fue un continuo vía crucis; sufrió mucho, rezó mucho y amó mucho. Es desterrado de China y condenado a muerte si vuelve a ese país.

            Tunkín, en Vietnam, será la próxima misión a la que es enviado el Padre Jacinto Castañeda.

            Es mucho el trabajo que le espera, se multiplica, abre sus alas, predica, administra los sacramentos, reza, forma un grupo de catequistas y visita al pueblo de Dios que se le ha confi ado: 60 iglesias. Es joven y con mucha ilusión y aunque la salud no le acompaña, Jacinto no para ni un minuto.

            Escribe muchas cartas a su familia de Xàtiva –todas ellas son un tesoro humano y espiritual– en ellas cuenta toda su actividad. Seguir el itinerario de este misionero setabense entusiasma y nos hace preguntar: ¿cómo un solo hombre tan joven puede llegar a tanto? Jacinto Castañeda está lleno de Cristo, ahí está el secreto, de ahí saca la fuerza, el ánimo y la ilusión juvenil.

            Su entrega al Evangelio es total, vive para Jesucristo y para la Iglesia; incansable, generoso, entregado, humilde y sencillo, alegre y bondadoso: cura de cuerpo entero.

            Una noche es denunciado, apresado y encerrado en la cárcel. La cárcel es especial para él: una jaula donde apenas cabe, estrecha y de muy poca altura. Desde el 5 de agosto, un día tan memorable para Xàtiva hasta el 7 de noviembre de 1773 permanecerá allí, enjaulado. Aquella jaula se convertirá en un precioso púlpito; Jacinto predicará a Jesucristo y hablará a sus fieles y a sus catequistas del amor de Dios y del perdón cristiano. Dentro de la jaula lee los libros que ha pedido a sus catequistas: la Bíblia, el Kempis, las Confesiones de San Agustín y el breviario.

            El 7 de noviembre es el día señalado y a medio día es sacado de la jaula y obligado a pisar un Crucifijo a lo que el P. Jacinto se opone; todo estaba ya preparado, con una espada bien afilada es degollado. Allí estaban sus catequistas que le oyeron decir al joven sacerdote: “El Señor hoy me concede una gran alegría”. Y además vieron como se arrodillaba y besaba la cruz que cogió en sus manos. Así lo representa la imagen que preside esta tarde el altar mayor de la Seu.

            Ocurrió el día 7 de noviembre de 1773, hace 227 años; Jacinto tenía 30 años de edad.

            Xàtiva tiene un santo de primera magnitud. Contemplar su vida, su ministerio y su muerte martirial es impresionante, es además un ejemplo precioso, un aldabonazo a nuestra conciencia para que aprendamos el mensaje de este joven santo tan nuestro. San Jacinto tomó en serio el ser cristiano, fue sacerdote de cuerpo entero y fue capaz de beber el cáliz de la pasión y de la muerte a espada por el Evangelio y por Jesucristo.

            Cada 7 de noviembre debería servir para recordar a este joven de Xàtiva y pedirle que nos ayude a ser más cristianos, mejores cristianos. Jóvenes y adultos, sacerdotes y seminaristas, la figura de este joven nos ha de mover a todos y animar a cumplir con ilusión y con ganas nuestros compromisos bautismal y sacerdotales.

            San Jacinto Castañeda en su capilla tiene desde ahora compañía, muy buena compañía: dos mártires también relacionados en la Iglesia de Xàtiva: los Siervos de Dios Francisco de Paula, Abad de esta Colegiata y Gonzalo Viñes, que serán beatificados el próximo año en Roma.

            San Jacinto Castañeda ruega por todos nosotros.

            Amén.

 

 

 

        

        Antes de la beatificación, todavía reciente la muerte de Fray Jacinto Castañeda, en el año 1796 se publica el primer libro titulado: Hechos, trabajos y martirio o Admirable vida y preciosa muerte del venerable Siervo de Dios, Fray Jacinto Castañeda. Escrito por el Dr. D. Vicente Martinez Bonet, abogado de los Reales Consejos y del Ilustre Colegio de la Ciudad de valencia.

        Y va creciendo la fama de santidad y de martirio de Jacinto Castañeda hasta que es beatificado por Su Santidad el Papa Pío X el 20 de mayo de 1906. con ese motivo el Obrero Setabense publica un número especial que, por su interés, publicamos en facsímil.



             

 

 

Para la fiesta de la beatificación don Ventura Pascual compone el himno al Beato. Esta es su letra.

 

Ya del cielo desciende la palma

Que del Mártir pregona el valor.

Hoy, henchida de júbilo el alma,

Elevando a Jacinto un altar.

 

Flor nacida en su seno fecundo,

De Domingo creció en el jardín,

Y su aroma llenó todo el mundo,

Trasplantada al lejano Tunkín.

 

El candor y pureza del lirio

Con su aliento la Virgen le dio

Y la sangre de heroico martirio

Su hermosura celeste aumentó.

 

Hoy Jacinto en su trono de gloria,

Circundado de nimbos de luz,

De su patria feliz memoria,

Suplicante, renueva a Jesús.

 

Ruega, invicto y glorioso Jacinto,

Por tu noble y cristiana ciudad.

Reine siempre en su vasto recinto

La firmeza en la fe y la piedad.

 

 

De cómo Xátiva se hace voz para hablar con san jacinto Castañeda, su hijo ilustre.

 

Con la sangre del dolor

Ganaste la eterna gloria

Y dentro de nuestra historia,

Eres siempre resplandor.

 

Xàtiva te vio nacer,

Y lloró tu muerte, triste,

Y hoy de gozo y luz se viste,

Viendo tu nombre crecer.

 

Xàtiva pone a tus píes

Flores, cirios, oraciones,

Y espera con bendiciones

De salvación tu le des.

 

Xàtiva tiene en tu nombre,

Un ejemplo hermoso y puro,

Y al nombrarte, es seguro

Notar que el aire se asombre.

 

Xàtiva con regocijo,

Te acepta por Co-patrón,

Con verdadera ilusión,

Porque tu eres su gran hijo.

 

Xàtiva en alto levanta

Tu recuerdo emocionado,

Y con viento entusiasmado,

Con amor te reza y canta.

 

Xàtiva con gran piedad,

Pone tu imagen al viento,

Para que en todo momento

Veles por la ciudad.

 

Xàtiva deja en tus brazos

su futuro, su destino,

porque por todo el camino

nunca faltarán tus lazos.

 

Xàtiva, cada habitante,

Te tiene por valedor.

Pide a Dios Nuestro Señor,

Fe y paz para el caminante.

 

Pide a Dios por nuestra suerte,

En el día de mañana,

Cuando se abra la ventana

Que da al patio en donde verte.

J.L.S.

 

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