Evangelización

 

Publicado en el semanario «Paraula-Iglesia en Valencia», 
el domingo 7-XI-2004.

 

 

PABLO  ORTEGA

Párroco de Cortes de Payás

 

     El ejemplo de San Jacinto Castañeda puede darnos luz a nuestra vida de fe. Ahora pensamos que los cristianos estamos en un momento crítico. Nadie nos escucha. Nos desprecian. La sociedad se pone en contra nuestra y pensarnos que no nos entienden. Todo esto es verdad. Pero no hay que desfallecer, como decía San Pablo hemos de anunciar a Cristo "a tiempo y a destiempo", en todo momento y circunstancia.

 

     Hemos de pensar que en nuestras manos tenernos lo más grande, tenernos a Jesucristo, a Dios que ha dado la vida por nosotros. "¿Quién nos podrá apartar del amor de Cristo?", dice San Pablo. Vivamos con valentía y con espe­ranza nuestra fe, tenemos a Dios de nuestra parte, hemos encontrado la perla preciosa, el tesoro escondido.

 

 

     No tuvo miedo

 

     Y todo esto se hace claramente visible en nuestro santo Jacinto Castañeda. No tuvo miedo, se fue al otro extremo del mundo a anunciar a Jesucristo. No le importaron los desprecios, indiferencias, ultrajes ni maltratos. No le impor­tó dar la vida por Jesucristo, al contrario: ¡Qué alegría por compartir los mismos sufrimientos de Cristo en la Cruz!

 

     Y luego pensamos que ahora los cristianos pasarnos por momentos difíciles; que vayan y se lo cuenten a San Jacinto Castañeda. ¡Ya está bien de quejas! ¡Desterremos ya de nosotros los lamentos! ¡Cojamos las armas de la Fe, como nos enseña San Pablo! Aprendamos a ser cristianos valientes, comprometidos, entregados al Evangelio, como lo fue San Jacinto Castañeda.

 

     ¿Y qué es lo que movía a San Jacinto Castañeda para ser tan valiente? Fue su experiencia de Dios. Desde bien pequeño quiso conocer y amar a Jesucristo. Y sólo desde este amor a Jesucristo podía vivir con esa seguridad. Había experimentado que Dios le amaba, sabía que en Dios estaba su vida y su felicidad. Y además, veía que en este mundo no había nada que pudiera satisfacer esa ansia tan profunda en su corazón de felicidad que sólo Dios le colmaba. ¡Había encontrado el tesoro escondido, la perla preciosa! No quiso nunca apartarse de tan gran amigo, no quiso perder a ese Dios que le salva y le da vida.

 

     Y desde esta experiencia, descubrió la necesidad de que todo el mundo conociera a Dios y experimentara esa ale­gría tan grande que él sentía en su corazón por haber amado a Dios. Salió de sí mismo para darse a los demás. Para ofrecer lo mejor que tenía: la experiencia del amor de Dios. Y esto es evangelizar: dar a conocer el amor de Dios, manifestar la alegría del encuentro con Jesucristo y todo ello, sin miedo, sin temor, sin pensar en lo que digan los demás. Porque nosotros sabemos que es lo único que de verdad vale la pena, que es lo que realmente te puede hacer feliz, pues como decía Santa Teresa: sólo Dios basta.

 

 

     ¿Dónde están los testigos de hoy?

 

     ¿Y qué pasa con la nueva evangelización? ¿Dónde esta­mos esos testigos de hoy del amor de Dios? ¿Dónde nos escondemos? No hay que tener miedo. No hay que pensar que nos van a machacar. Hay que salir de uno mismo, dar a conocer nuestra perla, nuestro tesoro. ¡Cristo es nuestra vida! ¡Cristo es nuestra felicidad! ¡Que el mundo se entere! Deseemos en primer lugar lo mismo que San Jacinto: poder conocer y amar cada vez más a Jesucristo, poder experimentar en los más profundo de nuestro corazón el amor de Dios. Después, que este amor de Dios nos mueva y nos dé valentía como a San Jacinto Castañeda para ser testigos del amor de Dios en medio de nuestro mundo. Esa es nuestra misión.

 

     Esa es la misión del cristiano. Seamos todos testigos de la luz en medio de un mundo que vive en las tinieblas del odio y del egoísmo. Seamos testigos del amor en medio de un mundo dividido e individualista. Seamos testigos de Jesucristo.

 

Subir