Beato Ricardo Pla Espí

Su mensaje:

No hay honor más sublime y la gloria más grande para los santos como es precisamente copiar en sí mismos la imagen de Jesucristo, Hijo de Dios vivo y primogénito de toda criatura. Él es, pues, la fuente de toda justicia, el ejemplar perfectísimo de toda virtud, resplandor de la luz eterna, el espejo sin mancilla de la majestad de Dios y la expresión acabada de su infinita bondad. Con razón proclama el Apóstol de las Gentes, al considerar que no pueden las criaturas  racionales pretender objetivo más sublime ni más noble que el de conformarse con el divino Ejemplar, que aquellos que tal hicieran en esta vida, verán sus frentes coronadas en la celestial patria con una corona inmarcesible de gloria.

(De un sermón dedicado a san Francisco de Asís, 3 de octubre 1930)

beato pla espí

Su mensaje

Oídnos, vosotras, Justa y Rufina, que sois descendencia próspera divina; fructificad como rosal plantado junto a las corrientes de agua. Floreced como el lirio y dad olor y echad granosos ramos de asistencia y favores sobre vuestros devotos y entonad un cántico de alabanza y bendición al Señor en sus obras, para que haciéndolo propicio en vida y en muerte, tengamos la dicha de vivir y morir en su santa gracia y después de la peregrinación terrena, subir a los cielos  con vosotras para gozar de su vista y compañía, que es lo que nos ha de hacer felices y bienaventurados por toda una eternidad.

En estos momentos nuestra amada Iglesia en España sufre persecución y muerte; nos llegan noticias muy terribles. Obispos, sacerdotes y católicos son perseguidos y martirizados; templos incendiados y las sagradas imágenes en fuego sacrílego. Quién sabe si al salir de este templo en la fiesta de las santas  Mártires Justa y Rufina, también nosotros seamos martirizados por amor a Cristo Nuestro Señor y a la santa Madre Iglesia.

(Del sermón a las santas Justa y Rufina en Toledo, el 19 de julio de 1936)

Beato Ricardo Pla Espí

Su mensaje

Fue en la miseria, en el abatimiento y en la humillación sin igual de un pesebre donde quiso establecer los reales de su divinidad e infinita grandeza nuestro adorable Redentor, el tiempo de nacer; no en el fausto y en la ostentación avasalladora de una cuna regia y llena de esplendores. Los móviles que le impulsaron a tanta renunciación y penosidad fueron tan solo, bien lo sabéis, el celo ardentísimo en que se abrasaba por la gloria de Dios y el aprovechamiento espiritual de los hombres, entregados a una afición desmedida hacia las cosas de la tierra, y harto fáciles y prontos a dejarse regir por los impulsos de la soberbia y la falta de sumisión a los superiores mandatos. A contradecir estas inclinaciones perversas del humano corazón y sanar de raíz las que eran ya profundas heridas abiertas en la conciencia anquilosada en los desgracia dos y mortales hijos de Eva, se encaminaban los ejemplos admirables de sujeción a los mandamientos divinos y celestiales preceptos contenidos en la doctrina de la ley y los profetas, acerca de la cual habría de decir más tarde que no había venido a traspasarlos o dispensarse de ellos, sino a cumplirlos hasta en el último de sus ápices

(De un sermón al Cristo del Perdón, predicado en Manzanares en 1932)

Beato Ricardo Pla Espí

Mensaje

Durante los tres años de su vida pública, el eco de las montañas de la Galilea y de la Judea, repitió incansablemente los clamores de odio y las protestas enardecidas de amor que suscitaban sus palabras, hasta el punto de que en una misma semana y a solo cuatro días de distancia, el mismo pueblo que le sigue y en la misma ciudad en que penetra, Jerusalén, un día le aclaman con cánticos de triunfo proclamándolo como enviado de Dios, Hijo de David y Rey de Israel y otro le persigue enardecido de furor, cubriéndole de injurias, burlas hasta clavarle en una Cruz como el más feroz y desgraciado de los delincuentes.

Año 1932: Sermón al Cristo del Perdón.

Beato Ricardo Pla Espí

En la Sagrada Eucaristía está Cristo, según nos atestigua la fe, verdadera, real y sustancialmente presente, lleno de majestad y de la gloria, cual se asienta a la diestra del Padre en lo más alto de los cielos; pero se sustrae del dominio de nuestros sentidos, como canta la Iglesia en estrofa inspiradísima, no tan sólo en cuanto a la divinidad, cual ocurriera en la Cruz, sino también en cuanto a la humanidad oculta bajo los accidentes del pan y del vino en que se haya  envuelta: «In cruce latebat sola deitas, at hic latet simul et humanitas» –En la Cruz latía sola divinidad, más aquí se oculta al mismo tiempo la humanidad.

Mas creyendo firmemente según podemos decir nosotros con nuestra Santa Madre, la Iglesia, atrevemos a pedir lo que el ladrón penitente y agradecido: la divina misericordia, el celestial galardón.

En la Santa Cruz, es verdad, que no está Cristo realmente: que tan sólo hay una imagen suya, y aún se quiere borrosa, un recuerdo y éste lejano: pero impresiona de tal suerte a nuestros sentidos y habla con un lenguaje tan tierno y sugeridor a lo íntimo de nuestro corazón, que no puede por menos de  hacernos revivir hasta los detalles más ínfimos aquella sangrienta y aterradora escena del monte Calvario, principio de nuestra vida y causa de nuestra salud.

Jueves Santo 1931: Sermón de Pasión

Beato Ricardo Pla Espí

«Estaba la Madre Dolorosa junto a la Cruz, llorosa, mientras que de ella pendía el Hijo de sus entrañas», canta el poema alegórico por excelencia de los Dolores de la Virgen, puesto en boca de la Iglesia por uno de sus esclarecidos hijos, Santiago Bendetti.

No hay amor, había dicho repetidas veces el Divino Maestro a las gentes que le seguían, ávidas de sus enseñanzas saludables y de regeneración suprema, ni más generoso ni más fuerte, ni más entero y acabado como el de aquel que está pronto y dispuesto a dar todo cuanto tiene y posee, incluso la propia vida, en beneficio de aquellos seres a quienes ama.

Pues bien, fue en la cima del Calvario donde traduciendo en hechos fehacientes la verdad de tan celestial doctrina, se entregó voluntariamente el Redentor Divino en manos de sus verdugos y sayones en calidad de víctima para poder lavar con la sangre preciosísima, que manaría a torrentes de su cuerpo sacratísimo, aquella mancha antigua con que aparecía la entera humanidad.

Pero notad, mis hermanos, mientras Jesucristo agoniza y muere en lo alto de la Cruz, para otorgar de nuevo al hombre la vida que perdiera por el primer pecado, otra víctima, más silenciosa y callada, pero de muy subido valor y significado precio, se inmolaba también, aunque de manera incruenta, a los pies del ara de la Cruz por la redención del mundo: la Virgen sin mancilla, la sin par Dolorosa.

Viernes de Pasión, año 1933. Toledo

Beato Ricardo Pla Espí

De la santísima Virgen se sabía plenamente lo que había de ser. Lo difícil para todo mortal hubiera sido proponer un nombre que fuese digno de una criatura  tan excelsa. Más lo que no podía brotar de la tierra lo suministró graciosamente el cielo. El Señor mismo de cielos y tierra se dignó sacarlo “de los tesoros de su divinidad, como dice san Pedro Damiano”. Y lo puso en boca del arcángel que le dice: No temas, María, como lo inspirara también el evangelista san Lucas. Nombre poderosísimo, excelentísimo y muy lleno de suavidad, que nos transparenta y hace percibir algo de las fragancias y delicias que encierra de Aquel cuya palabra es del todo creadora; de suerte que dice y es hecho cuanto dice, según atestigua el Real Profeta.

A mí se me representa este nombre como un prisma gigantesco y de múltiples y bien definidas facetas, en cada una de las cuales brilla con reverberos de luz inextinguible cada uno de esos divinos colores que son el encanto y arrobamiento de las almas netamente toledanas, por ser tan íntimamente devotas de María, y que se distinguen entre sí con los gloriosos títulos y celadoras advocaciones de Nuestra Señora de la Soledad, del Consuelo, de la Salud, de la Virgen del Valle, de la Bastida, de la Esperanza, de la Estrella y de la Paz, y de las otras varias.

Del sermón a Nuestra Señora de la Paz (18 de mayo de 1930)

Beato Ricardo Pla Espí

El amor a la Virgen

No se requiere, la manifestación externa para que el amor exista ni es del todo esencial porque los que íntimamente se aman se compenetran.

Aprovechemos, pues, y aprendamos de unas tan sabias y sublimes enseñanzas. No hemos de inquietarnos y andar solícitos por las externas manifestaciones de amor, cuando se trata de festejar y honrar a la Virgen nuestra Madre; lo que sí importa, lo que se hace del todo junto necesario es que, a esas manifestaciones externas, si las hay, que las debe haber por otra parte, las inspire y vivifique un muy grande y ardentísimo amor. Que hable, sí, la lengua y publique a voces las grandezas y glorias de María, pero que hable ante todo y sobre todo el corazón con sus vidas.

Agullent, 8 de diciembre de 1923

Beato Ricardo Pla Espí

Su mensaje a S.Antonio de Padua (a)

Es la vida religiosa, mis amados hermanos, una de las más bellas instituciones de la Iglesia. Creada al soplo del Espíritu evangélico, que inspira a las almas escogidas ansias y fervores de perfección, aparece en todos los siglos como una prueba del poder moralizador y beneficioso de la religión católica.

Por eso hallaremos, por poco que nos adentremos en estudio de la historia, encontraremos que no solamente en el campo de la Iglesia, sino que también en el de la sociedad civil, han dejado muy honda huella de su decisión bienhechora y providencial, las que se llaman monacales, congregaciones e instituciones religiosas, que si bien, con manifestaciones externas, proceden todas de un mismo espíritu evangélico que las vivifica.

Y no hay ángulo de la tierra, mis hermanos, que no haya visto a estos hijos, como verdaderos ángeles de la paz y mensajeros de la luz, propagadores de la verdad y corifeos del amor, que contaminaran proyectando sus haces de luz vivificadora en las almas que injertando en ellas calorías y eficacias muy sensibles de caridad hasta la consumación de los tiempos; por cuanto que siempre existirán sobre la tierra estas escenas de amor viviente, esas almas ardientes y enamoradas del ideal supremo de toda perfección, Cristo Jesús, que las atraerá hacia el incentivo de la vocación y las desposará consigo indisolublemente con el triple voto de la castidad, de obediencia y de pobreza.

Toledo, 13 de junio de 1932

D. Ricardo colegial en Roma. Estudió en el Pontificio Colegio español de Roma

Su mensaJe a S.Antonio de Padua (b)

Los verdaderos bienhechores de la humanidad, los salvadores de los pueblos en progresos de decadencia, los reformadores de las costumbres y los portaestandartes de la civilización y de la cultura en sus más espléndidas manifestaciones y significados; ahí está la historia que lo atestigua cumplidamente. Abrid sus páginas; consultad en ellas el pasado; examinad atentamente los documentos que contienen, consultad las tradiciones a que responde; haced desfilar ante vosotros, todos y cada uno de los siglos y encontrareis a cada paso con esas falanges numerosas de hombres que fueron verdaderos héroes en los diferentes órdenes de la vida bajo el modesto sayal y la pobre túnica del religioso.

Nosotros nos enfrentaremos con esos hombres que salvan al mundo, después de haber renunciado a él, en todas las ciudades y en todas las naciones y en  todas las latitudes, porque a toda la tierra se extendió el eco de su palabra y el influjo poderoso de su acción.

Tened en cuenta que no los encontraremos en el corazón de las ciudades y los pueblos, en la hora del gozo, de la exultación, de la exaltación y del triunfo, sino en los momentos de mayor peligro y cuando se cierne la desgracia, con su vida austera. Porque su misión no es otra que la de salvar, regenerar y  pacificar a la humanidad en nombre del que les ha enviado a ganarla para sí y prenderla en los lazos de la paz y el bien de los pueblos, que arrebataron a la sociedad en que vivían al borde mismo del abismo e impidieron que retornasen a los horrores y estigmas de la barbarie, descuella el primogénito espiritual del Serafín de Asís: san Antonio de Padua. Llegando en él, como en otro alguno, viose glorificada y enaltecida la vida toda religiosa y muy singularmente encumbrada y puesta de relieve la orden meritísima del Pobrecillo de Asís.

Toledo, 13 de junio de 1932

Beato Ricardo Pla Espí

Su mensaje a S.Antonio de Padua (c)

San Antonio amaba al pueblo con un amor acendrado e intenso y por lo mismo estaba siempre pronto a defender su causa y a vindicar y hacer valer sus derechos con santa valentía ante los grandes y poderosos de la tierra, cuando advertía en éstos perversidad en el proceder y tiranía y despotismo en el obrar y comportarse. Así lo hizo por ejemplo con el célebre tirano Ezelino. Habíase apoderado éste de Verona, de Padua y de casi toda la marca Trevisana, llenando a Italia de carnicería y de terror.

Nada había podido en su ánimo despótico y sanguinario ni las fuerzas de los príncipes confederados, ni las excomuniones de los Pontífices. Sólo el Santo de Padua le pudo dominar y reducir a términos de razón. Púsose el Santo delante de los ojos con tan marcado celo y tanta intrepidez el número y la gravedad de sus enormes culpas y delitos; afeóle sus crueldades con tanta eficacia y energía, que logró obtener al fin y bien pronto, el curso de aquel precipitado torrente de virginidad. En esta obra de caridad y de pacificación no estaba solo, ciertamente, sino que le ayudaban sus hermanos de religión; pero él era el alma de todo el movimiento; él quien dirigía, alentaba y suscitaba cooperadores eficaces y del todo dignos.

Hoy también son muchos los que se dicen amigos del pueblo y sus reivindicadores y pacificadores. Pero, lejos de responder a tan elevados y nobles dictados, son más bien falsos amigos y redentores que pretenden arrebatarle la fe del alma y corromper su inteligencia y su corazón con principios y máximas sumamente perniciosos; enemigos de todo orden social, se afanan y trabajan audazmente por romper todo freno, por destrozar todo vínculo de la ley divina o humana, y empeñan abiertamente o en secreto la lucha más fiera contra la religión y contra el mismo Dios, realizando el diabólico programa de arrancar del corazón de todos hasta de los niños todo sentimiento religioso; ya que saben que quitada del corazón de la humanidad la fe en Dios, podrán conseguir sus más perversos fines.

Toledo, 13 de junio de 1932

Beato Ricardo Pla Espí

S.Antonio de Padua (d)

Los enemigos de la Iglesia en estos momentos que vivimos en España ya no operan en la oscuridad como aconteciera hasta ahora, sino ejercen su influencia a la clara luz del día y por todos los medios a su alcance, en el periódico, en la revista, en el teatro, en el cine, en la escuela y en la tribuna, en la cátedra y por todos los medios de difusión y propaganda de que pueden disponer y les suministra el progreso de las ciencias y los modernos adelantos.

¿Y cómo hacer frente a tanto mal y conseguir que se restablezca el equilibrio, de que nos habló el gran Pontífice Pío XI? Pues no de otra suerte que utilizando los medios valiosísimos e imprescindibles que él mismo nos ha trazado: la oración y la penitencia. La penitencia que purifica y la oración que eleva y atrae sobre la humanidad las más apremiantes mercedes del cielo y muy singularmente la candida paz que es hija de Dios, como dice un gran pensador y nació con Cristo en el Portal de Belén y reposa en el seno de la Iglesia. Por eso debemos pedir con toda insistencia y trabajar denodadamente según nuestras fuerzas y medios de que dispongamos, para ver de atraer a los hombres todos al regazo maternal de la Iglesia y lograr hacer de todos una sola familia que abarque todos los confines y se extienda por todos los horizontes; y todos aclamen y bendigan finalmente a un mismo y único Padre que está en los cielos y a un mismo hermano nuestro Jesucristo, que nos amó hasta la muerte y muerte de cruz por conquistarnos la gracia de que fuéramos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza.

Ésa sea la gracia que le pedimos en el día de hoy al Santo de Padua, tan pródigo siempre en dispensar los celestiales favores: que ilumine nuestras mentes y la de todos los hombres con un rayo de su clara inteligencia y suma sabiduría para que reconozcamos en la Iglesia a la Madre amorosa y tierna, fuente única de la paz verdadera y estable; que escuchemos siempre la voz que nos viene de la cátedra suprema de la verdad, de la caridad y de la justicia del altar del Santo padre, el Papa y que haciéndonos eco de ella la propaguemos e infiltremos en el corazón de todos a fin de que podamos gozar en la tierra de la que es en ella el bien supremo y en el cielo será la corona de eterna bienaventuranza. Amén.

Toledo, 13 de junio de 1932

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