A partir del 18 de julio la Seu es cerrada al culto y a primeras horas del día 27 de julio de 1936 un grupo de hombres y mujeres, armados hasta los dientes de escopetas y herramientas, fuerzan la puerta de la Colegiata, enfrentándose con el sacristán, se meten dentro y comienzan a hacer estragos. Saqueos y decapitación de imágenes. En las naves de la Colegiata se van amontonando los cuadros, los ornamentos, libros, sillas, imágenes y se va prendiendo fuego. Y la imagen de la Mare de Déu de la Seu, la tan querida, la tan venerada, la que realizó el Miracle del Lliri en 1600 fue también quemada y destruida, excepto la corona que se pudo salvar de la hoguera y es la misma que lleva la imagen que hoy se venera en el altar mayor de la Seu.

Durante la Persecución Religiosa que sufrió la Iglesia entre los años 1931-1939, los sacerdotes y los fieles católicos fueron objeto de opresión por todas partes, primero en la República y luego durante la Guerra Civil que, desembocó en una terrible persecución en donde muchos alcanzaron la palma del martirio como demuestran las beatificaciones y los procesos de beatificación que la Iglesia está llevando a cabo.

Durante esta Persecución Religiosa nuestro matrimonio lo pasó muy mal y era lógico al ser un matrimonio católico e influyente en la sociedad setabense.

Don Manuel Casesnoves figuraba en la lista de los que había que fusilar en Xàtiva sin previo juicio, que es la forma más habitual en aquellos tiempos.  Lo testifican personas que lo sabían muy bien.

Los Siervos de Dios conocían ya el martirio del Abad Francisco de Paula –19 de agosto de 1936– y otros canónigos de la Colegiata. Aquella atrocidad les llenó el corazón de tristeza. Don Francisco lo único que hizo fue hacer el bien a manos llenas. Experimentaron lo que significa ver a la Mare de Déu de la Seu entre llamas al igual que la misma Colegiata convertida en almacén y profanada. La familia Casesnoves Soldevila sufría, con la Iglesia  Española pero sobre todo con la Iglesia Setabense, y expresaba su dolor y amargura.

Los años de la Guerra Civil fueron muy duros para esta familia. Aparte de que intervinieron la farmacia, a don Manuel no le dejaban acercarse a sus campos ni, por supuesto, percibir sus frutos. Eso empeoraba la vida familiar, eran muchas bocas para alimentar, como ya hemos comentado.

Providencialmente la noche en que iban a por el Siervo de Dios Manuel, uno de sus trabajadores que se enteró, fue al Comité y les dijo sin  contemplaciones y bien claro, sin miedo: “Don Manuel hace mucho por los pobres y por sus trabajadores: don Manuel y doña Adela son muy buenas
personas y no hacen daño a nadie, al revés, se desviven por los demás. Lo que queréis hacer es una barbaridad y estáis cometiendo un gravísimo error, por el que se os pedirá cuenta algún día”. Gracias a esta valiente intervención no fueron a por don Manuel y pudo, de esa manera, salvarse.

Fueron tres años de sufrimiento y de amargura. ¿De dónde sacaban fuerza para mantenerse unidos y luchar por el bien y la vida? De la oración. En esos años también se rezaba y se rezaba mucho. El matrimonio formado por Manuel y Adela, cuando podía se reunía con sus hijos, todos muy pequeños y rezaba, se encomendaba a Dios y a la Mare de Déu de la Seu: ahí estaba el manantial de su valor. La oración tiene un gran poder e
infunde mucho valor y mucha fuerza; ellos lo sabían y lo vivían, por eso lo practicaban tan a menudo. La fe lo vence todo. Aquello de san Pablo: “¿Qué podrá apartarnos de Dios, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez? Nada podrá apartarnos del amor de Dios. Todo lo puedo con Aquel
que me conforta”. Don Manuel y doña Adela lo soportaron todo con la ayuda de Dios, de su gracia y con la protección de la Santísima Virgen María.

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