Un testigo me relata que su padre de noventa y tantos años le cuenta que don Manuel le pidió que le acompañara todos los días a rezar el rosario en la emisora, que seguro que haría un gran bien a los setabenses. Y este señor accedió y durante más de un año rezaron juntos el rosario. Aquella experiencia cambió la vida a mi padre. Lo contaba con lágrimas en los ojos.

Otra testigo afirma que su padre iba a la farmacia a por medicinas muy caras, pues las necesitaba para sus hijos que estaban enfermos; medios apenas si tenía para poder pagarlas, eran tiempos difíciles después de la Guerra Civil, y don Manuel le decía: “No te preocupes, no me tienes que pagar nada, reza por nosotros y con eso me considero muy bien pagado”.

Otro testigo afirma sin titubeos: “Yo llevo a don Manuel en mi corazón. Me hizo mucho bien cuando yo lo necesitaba y eso no lo puedo olvidar, rezo por él todos los días y pido que pronto lo ponga la Iglesia en los altares junto a doña Adela”.

Me cuenta un señor que recuerda cómo su madre iba a comprar las medicinas a la farmacia de don Manuel Casesnoves, él sabía la necesidad que pasaba esta mujer para poder llevar su familia adelante. Le cobraba lo mínimo, alguna vez no se las cobraba. Y un día al llegar a casa vio que dentro del paquete de las medicinas había un billete. Este señor hoy lo recuerda con alegría y gratitud. Y me dice: “Aquel hombre era demasiado”.

Así me van llegando testimonios que reflejan la calidad cristiana de este matrimonio. La vivencia espiritual, el ambiente de oración y de presencia
de Dios en su familia necesariamente tenía que notarse en las obras. La caridad constante de don Manuel iba haciendo un gran bien a la gente necesitada. Él sabía que como católico estaba obligado a socorrer a los pobres, sanar heridas, sembrar la paz y el amor. Y, desde luego, lo hacía a la perfección.

Los testimonios que me llegan cada día son los que hablan y muestran que aquel matrimonio formado por don Manuel y doña Adela era extraordinario y que Dios estaba con él y ellos dos estaban con Dios con quien cantaban para todo.

Nunca alardearon de sus obras de caridad, eran silenciosas. Sin embargo don Manuel sabía muy bien lo que hacía con los más pobres, ¡él y Dios!

En el secano de Bisquert, el matrimonio reunía a los hijos y a otros niños amigos y a cuantos querían de la zona; la Sierva de Dios, Adela, les enseñaba a rezar y rezaba con ellos, incluso les enseñaba cantos piadosos. Ante un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús rezaban la “Estación del Santísimo”. Después venía la merienda y el juego. De esa manera enseñaban a los niños a rezar. La transmisión de la fe es muy importante y el campo de cultivo es la familia. Desde el seno familiar los niños deben aprender a rezar, a invocar el nombre de Dios, a familiarizarse con el trato amoroso con el Señor. La Madre Teresa decía: “Enseñad a rezar a vuestros hijos y rezad con ellos”. Y eso es lo que los Siervos de Dios practicaban cada día, enseñaban con el ejemplo, que siempre era claro, fino y eficaz. Predicaban con la palabra respaldada con el ejemplo. En esa familia no existía la hipocresía sino que eran coherentes y vivían la fe con autenticidad. Y eso se nota siempre, entonces y ahora.

Por las noches, después de cenar, la familia entera, pequeños y mayores, también los caseros, formando corro, rezaban el Rosario. Un pequeño rezaba
la letanía de la Virgen. Esta costumbre se ha perdido por completo. Puede ser que alguna familia continúe la práctica de rezar el rosario, pero ya todos juntos. Sin embargo la Iglesia aconseja esta preciosa costumbre de rezar toda la familia juntos en algún momento del día. Deberíamos todos tomarlo más en serio y ofrecer la oportunidad a las nuevas generaciones. No olvidemos aquello que se predicaba: “La familia que reza unida, permanece unida”.

Las personas mayores a quienes pregunto sobre la vida y virtudes de los Siervos de Dios no paran de contarme hechos preciosos que manifiestan la calidad de vida cristiana que reinaba en sus corazones. Yo en mi oración pienso en todas estas declaraciones y concluyo que sin el amor sincero al Señor, no
se puede llevar una vida tan llena de caridad hacia el prójimo, es imposible. El amor a Dios, el amor sincero, indiviso, vivo, es lo que realmente lleva a
amar al prójimo, se llame como se llame. Y esa actitud la veo en la vida de los Siervos de Dios. Mire donde mire, veo a unos “santos” que ponen en práctica
el Mandamiento nuevo de Jesús, el Mandamiento del Amor. Manuel y Adela amaron a los demás como Dios les amaba a ellos. Las obras lo muestran sin lugar a dudas.

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