Continua el testimonio de Lola Casesnoves, hija del matrimonio Manuel y Adela, iniciado hace unas semanas.
Qué pueblo… salió una maestra a esperarme, me pareció muy vieja y rancia aunque ella se las daba de graciosa y fuimos a casa del Párroco, un sacerdote joven, vasco a cenar, yo apenas hablaba, mi madre estaba encantada… fuimos a dormir a la pensión que era donde salía el coche. Nos acostamos juntas mi madre y yo. A las 4 de la mañana salía el coche que regresaba a Xàtiva. Mi madre me dijo: “Ya has visto, esto es un pueblo de misión, te quedas o te vienes”. ¿Que podía hacer una chica joven a esas horas? Desearle buen viaje y seguir durmiendo.
Y en ese pueblo primero y en otros después, fui descubriendo un grupo de Maestras/os y Sacerdotes que, entregados a la misión, iban cambiando los ambientes del pueblo, de la gente a base de charlas, de estudiar las formas y maneras de poder llegar a todos, buenos ratos de oración; los domingos después de la Misa todo el día con los niños jugando, charlando, organizando concursos de Catecismo en todo el arciprestazgo… Era una gozada cuando nos reuníamos todas las Maestras del Arciprestazgo venidas de todos los rincones de España para promocionar aquellos pueblos y aldeas tan necesitados en todos los sentidos: Promoción y Evangelización. Y así me sentí enrolada en este Movimiento de seglares apóstoles.
Había que salir de Albacete, teníamos que dedicarnos a todo el Magisterio español, apenas teníamos medios pero urgía buscar un piso en Madrid. Se pidieron ayudas, una de ellas fue la de mi padre y aunque él, dinero cantante, nunca tenía, se las arreglaba para responder. Compramos el piso, pequeño y allí me tocó ir y dedicarme a escribir cartas sin parar a todos los pueblos a las maestras y creo que fue un milagro de mi padre, pues siempre le tenía presente y de 12 ó 14 Maestras que éramos, el verano de 1959 nos juntamos más de 20 y hasta los años ochenta y tantos nos reuníamos todos los veranos y en vacaciones más de un centenar. Algún tiempo después de la muerte de mi padre me enteré que el dinero se lo había pedido a su tía y le estaba pagando los intereses que ella le cobraba y, como entonces la cosa ya iba mejor, saldé la cuenta. Publicábamos una hojita llamada Toma y Lee
A los 33 años fui destinada a África, donde pase 14 años trabajando codo con codo con los Maestros nativos; mucho aprendí de ellos: su disponibilidad, su acogida, su religiosidad y promocionando a las mujeres, emprendiendo empresas sociales de costura, de punto a mano y a máquina y en donde siguen nuestros compañeros transformando poblados, llevando agua, cultivando con bueyes, etc.
Y sólo me queda dar gracias a Dios por todo el bien que me ha hecho y que pueda seguir haciéndolo allá donde me necesiten.