Poesías de la sierva de Dios Adela Soldevila
Orar, siempre orar, ahí está mi fuerza
Quemarme, vibrar y consumirme
en el Espíritu Santo, irradiando caridad.
Llenarme de Dios en la oración,
me obliga a evangelizar.
Mi vida es oración
y de tal manera entregada
que todo lo tengo en nada
sin nutrirme de oración.
Quien poco ora
poco ama.
Sólo os pido oración
lo único que perdura
y no se borra jamás.
Déjame hacer en tus manos
para que pueda crecer.
Déjame hacer en tu luz
para que pueda ver.
Déjame hacer en tu cruz
para poderme ofrecer.
Déjame hacer en tu amor
y te sabré comprender.
Que sepa buscar y descubrirte siempre
a través de todos los acontecimientos
de mi vida y aceptarlos como buenos que son.
¿Qué quiere Dios de nosotros?
Somos y estamos en Dios.
¿Qué es lo que buscamos en Dios?
Las personas que pudieron contemplar a la Sierva de Dios orando en la capilla de la Colegiata afi rman que su fi gura se transformaba, atraía. Impasible, fi rme, atenta: miraba al Sagrario, ella estaba con “Aquel que sé que me ama”.
En la oración, Adela, sacaba fuerzas para la vida, para llevar adelante sus compromisos en la familia, en los negocios, en la evangelización, en la práctica de la caridad. Yo siempre digo que la oración es el agua que riega la fe. Y eso la Sierva de Dios también lo creía, pues, su fe era robusta porque rezaba mucho, porque Cristo estaba en su vida e irradiaba desde su persona.
“Sólo os pido oración”. Muy bien lo sabía ella. Hay que pedir oración a todos, primero porque el Señor nos lo manda en el Evangelio: “Orad”, y segundo, porque la oración es como el aire para respirar. No podemos vivir sin orar. No olvidemos como los Padres del desierto y los contemplativos
de todos los tiempos, como afi rma el Papa Benedicto XVI, llegaron a ser, por razón de la oración, amigos de Dios. Quien ora jamás está solo. La vida
espiritual se alimenta también por la oración. Ya hemos visto cómo el matrimonio formado por Manuel y Adela rezaba junto a sus hijos y familiares en
la casa. La oración en familia formaba parte del programa de esta familia, era alimento, ilusión, fuerza, ánimo: lo era todo. El ejemplo del Siervo de Dios Manuel rezando en la capilla, en la Adoración Nocturna, en el Círculo de Acción Católica, admiraba a todos y también cuando en la farmacia oía tocar las 12 del mediodía, lo dejaba todo y con enorme devoción rezaba el Ángelus.
Ese ejemplo nadie lo ha olvidado. Su esposa Adela era alma de oración. Así lo vivía y así lo expresa en sus versos.
Adela le pregunta a Dios como san Francisco de Asís: ¿Qué quieres de nosotros, Señor? Es la pregunta crucial en la oración. Orar es hablar con Dios
nuestro padre. ¡Qué grande es el hombre cuando reza!
“Déjame” va repitiendo Adela al Señor. Porque sabe que es el Señor quien nos tiene de su mano y sin Él no podemos hacer nada. “Déjame, Señor” hacer esto o aquello. Déjame ser tu amor, tu alegría, tu candor. Déjame, Señor, amarte con todo el corazón, con toda mi alma.
Adela fue oración viva y eficaz.