Canónigo de la Colegiata de Xàtiva
Pobla Llarga, 18 de julio de 1875 – Vallés, 10 de diciembre de 1936

«Cursó sus estudios en el seminario conciliar de Valencia y se ordenó de presbítero en 1899. Su larga vida de ministerio sembró el bien por los distintos pueblos que regentó. Comenzó como coadjutor de Torre de Lloris, y al poco tiempo pasó a Cullera, también como coadjutor. Nombrado más tarde cura de Villar del Arzobispo, obtuvo por oposición años después el curato de Manuel. Al frente de esta parroquia y en pleno y magnífico ejercicio de su celosa cura de almas, enfermó gravemente, teniendo que retirarse a su pueblo mientras se nombraba un regente para Manuel. Restablecido al fin de su larga dolencia, en premio a sus muchos servicios fue nombrado canónigo de la Colegiata de Játiva, donde le sorprendió la revolución de julio.

Desde primera hora estuvo muy vigilado en la reclusión obligada de su domicilio. Sus modestos ahorros despertaron la codicia de los marxistas, que le creían muy rico, cuando apenas tenía, como todo capital y patrimonio, diez mil pesetas. Una a una se las fueron arrebatando todas, unas veces por el comité de Játiva, otras por el de Puebla Larga, y cuando ya las agotaron, le obligaron a servir al comité como escribiente, junto con otro sacerdote (Gonzalo Viñes). Después de tantos registros, vejámenes y detenciones, el día 10 de diciembre le sacaron de Xàtiva con el pretexto de ir, en su función de amanuense, a levantar acta y a redactar los escritos en el acto de la incautación del molino de Vallés, limítrofe a Játiva. No pudo resistir, aunque intuyó cuál era su criminal intención. Llegados los criminales al lugar cercano al término de Canals, para cerciorarse, preguntaron a un labrador si efectivamente comenzaba allí el término municipal de Canals, y contestando afirmativamente, le hicieron avanzar unos pasos y cuando entró en esa jurisdicción le dispararon tan formidable descarga, que sólo en su cabeza tenía diez tiros, quedando todo el cráneo deshecho. Antes de morir, mientras le golpearon, de rodillas ante sus verdugos dijo así (testimonio de ese mismo labrador requerido por los milicianos): Vosotros, al matarme, creéis hacerme un grande mal; pero yo os digo que vais a proporcionarme lo que siempre he anhelado, o sea, unirme a Dios. ¡Ay de vosotros si no os arrepentís! Después de muerto, los impíos matadores se sentaron sobre su cadáver, relevándose en esta infame acción los diez verdugos y blasonando de haberse fumado un pitillo sentados en “aquel jergón”, todos ellos; y además de que el tabaco era de la víctima. Después de la guerra, sus restos fueron trasladados a Puebla Larga».

Nota: Cuando llevaron al beato Gonzalo Viñes al martirio ya vieron en Vallés el cuerpo de don Calixto en el suelo con un charco de sangre. Lo habían asesinado minutos antes.

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