Carta del Arzobispo
JUAN PABLO II: FUERZA DEL AMOR DE CRISTO
Publicada en «Paraula-Iglesia en Valencia»
La grandeza inmensa de la personalidad de Juan Pablo II tiene una explicación clara: su biografía va unida a un amor constante y creciente hacia nuestro Señor Jesucristo y su Madre. Los retos, las alegrías y los sufrimientos que tejen su biografía han sido ocasión de expresar su confianza en la voluntad de Dios, que siempre busca y cuida a sus hijos con verdadero amor de Padre.
Karol Wojtyla ya desde joven, y como sacerdote, obispo, cardenal y sumo pontífice, ha sido un intelectual riguroso. En sus trabajos, la colaboración entre la fe y la razón muestra hasta qué punto la preocupación por la verdad favorece la unidad del ser humano, de su inteligencia, su libertad y su corazón. |
Cristo conoce el interior de cada hombre. No tengáis miedo |
Su amor a la Universidad, su aprecio hacia los profesores que acompañan a los jóvenes para dar respuesta a sus inquietudes más profundas y más difíciles, se ha hecho presente en su tarea magisterial como Sucesor de Pedro. Juan Pablo II ha educado a la Iglesia y a la humanidad para que adquiera la sabiduría que une y crea, frente al escepticismo que divide y destruye.
El magisterio de Juan Pablo II muestra que es perfectamente posible ser cristiano y ser “de hoy”, y unir, allí donde se los estaba separando o contraponiendo, la fe y la razón, la inteligencia y la voluntad, la libertad y la verdad, la justicia y la paz, la moral individual y el compromiso social, la persona y la familia, el bien común y los derechos humanos. El resultado ha sido un cuerpo doctrinal que es hoy una auténtica catedral de la sabiduría.
Juan Pablo II tuvo desde muy joven una sensibilidad singular hacia la literatura, la comunicación y el arte dramático. Su formación intelectual y su fuerza expresiva le han permitido construir auténticas catedrales de la alegría. Sus viajes por todo el mundo, sus encuentros con los jóvenes, las familias y con tantos otros grupos sociales o profesionales, han suministrado encuentros multitudinarios en los que todos los que participan experimentan la alegría incomparable del encuentro personal.
Una sociedad triste es aquella que cierra las puertas a Dios, a las personas, porque el afán desmedido de bienestar y de seguridad empobrece el rostro humano. Juan Pablo II ha celebrado con las familias la alegría de los hijos, con los niños la alegría de crecer, con los jóvenes la alegría de construir, con los científicos la alegría de investigar, con los trabajadores la alegría de crear juntos. Continuamente ha llamado su las distintas iglesias particulares a vivir la fiesta de aquellos hijos suyos merecedores de subir a los altares.
Juan Pablo II ha llevado esa misma alegría a la vida diaria y concreta, al rezo confiado del rosario, enriquecido con los misterios de luz, a la participación jubilosa en la Eucaristía, a la lectura agradecida de los textos de la Palabra de Dios, al acercamiento confiado a la misericordia de Dios en el sacramento de la penitencia, al encuentro singularmente conmovedor con los enfermos y con los que sufren, a la práctica del deporte, y al cuidado y disfrute de la naturaleza y el medioambiente.
La tercera catedral es la del servicio. La formación sólida y la alegría de vivir llevan necesariamente a servir a los demás buscando su auténtico bien. Juan Pablo II ha defendido los derechos humanos con una mirada atenta hacia los que se ven amenazados por la pobreza o la violencia, hacia los que no pueden ejercer sus libertades ciudadanas, hacia los que tienen difícil fundar una familia, encontrar trabajo, expresar sus convicciones y creencias, educar a sus hijos según sus convicciones, contribuir eficazmente al bien común.
La historia del final de un milenio y del comienzo del otro, el horror de una patria violentamente arrebatada, la lacra de las guerras, la dominación política de los totalitarismos y las dictaduras, el azote del terrorismo, la violencia contra los indefensos por razones de edad o salud, el escándalo de la pobreza en el mundo de la superabundancia, han encontrado en Juan Pablo II una respuesta constante y continua: el compromiso por anunciar que podemos vivir según nuestra dignidad de hijos de Dios, y la denuncia de todo aquello que nos lo impide.
Tanto bien recibido tiene una explicación muy sencilla: quiso vivir como su Maestro, quiso vivir en amistad con Cristo y pasar por el mundo haciendo el bien. Juan Pablo II, gracias de corazón.
Con mi bendición y afecto,
Besando el santo Cáliz en la Catedral de Valencia.
Octubre de 1982