Voy preguntando por Xàtiva sobre el matrimonio Casesnoves Soldevila y no cesan de contarme cosas, hechos, frases, acciones, cada cual más bonita y ejemplar. Lo cual indica la honda huella que dejó en Xàtiva don Manuel y su esposa doña Adela.

Cuentan que su casa era un hogar siempre de puertas abiertas: allí todos encontraban calor, ayuda, amor, comprensión: todo el que se acercaba era siempre bien recibido. Un hogar acogedor, un hogar cristiano.

El siervo de Dios Manuel era servicial, entregado; escuchaba con agrado lo que le contabas, prestaba mucha atención. Nada le era indiferente, diríamos hoy que tomaba nota de tus cosas y, sobre todo, te atendía, te ayudaba. Siempre después de hablar con don Manuel, te ibas reconfortado, animado, más fuerte, más feliz.

La sierva de Dios, Adela, era amable, dulce, siempre encontrabas en ella una sonrisa, una palabra reconfortante, un consejo eficaz; la fuerza que le daba el contacto con el Señor en su oración y en la santa Misa, la contagiaba tan sólo al mirarte. Su alma era noble, sencilla, pura: era de Dios.

Estos recuerdos los guardo en el corazón y quiero darlos a conocer.

Me cuenta una persona: “Don Manuel y doña Adela, han hecho mucho, es incontable el bien que han sembrado en toda Xàtiva y en muchas familias de la comarca, ya que venían de muchos pueblos a su farmacia: los pobres y los necesitados siempre eran atendidos con mucho mimo y atención”.

Los comentarios que me llegan sobre el Siervo de Dios son todos muy bellos, me cuentan de su bondad, de su seriedad, generosidad, atención. Y me reafirman que era un cristiano de los de verdad, en él no había maldad, ni falsedad; era de una pieza, te podías fiar totalmente de él, no tenía enemigos y eso ya es decir; su caridad brillaba como el sol; él no lo hacía por eso, sino porque le nacía y porque su corazón era noble, limpio, grande.

Un señor ya muy mayor me dice con lágrimas en los ojos: “De don Manuel y doña Adela lo único que puedo decir son cosas buenas. Los dos eran buenísimas personas. Don Manuel era demasiado, ¡cuánto bien hizo desde la farmacia! Yo siempre decía, si no fuera santo, eso es imposible, hasta ahora nadie
hacía tanta caridad como don Manuel. Y algo que a mí me llamaba la atención, ni don Manuel ni doña Adela pregonaban lo que hacían, éramos nosotros los que lo decíamos, sí, y salía del alma: ¡Qué buenos son los dos! Mire, ¿sabe lo que le digo? Don Manuel sabrá, y nadie más, el bien que hizo desde la farmacia. Aquel lugar era el cielo, era el salvavidas de los pobres de Xàtiva. ¡Cómo olvidar eso! Yo no lo veré, pero el día en que hagan santo a este matrimonio, en el cielo habrá una gran fiesta, y en Xàtiva también”.

Cuando oigo estas cosas que me cuenta gente sencilla de la calle, voz del pueblo, se me pone la piel de gallina, me emociono y me digo: ¡Antes habría
que haber empezado este proceso de canonización! Pero hemos llegado a tiempo, pues la memoria verdadera del pueblo está todavía viva y cada día se enciende más y más, y eso, realmente me alegra mucho.

Me han entregado unos papeles en donde figura el Siervo de Dios como Presidente de la Acción Católica de Hombres; era miembro activo de la Adoración Nocturna; pertenecía a las Conferencias de san Vicente de Paúl.

Hablando con el Padre Esparza me cuenta una anécdota preciosa que quiero describir al pie de la letra tal y como me la contó el Padre dominico: “El Siervo de Dios Manuel era muy creyente. Todo se lo debe a su esposa doña Adela, que es quien le inició, pero es que luego él tomó tan en serio la vida cristiana que su fe se robusteció de tal manera que llegó a ser un gran creyente. La fe llenaba la vida de Manuel; era muy coherente con la fe que profesaba; esa fe le llevaba a rezar. Era un hombre de oración seria y profunda. Se le veía muchas veces ante el Sagrario, en la capilla de la Colegiata rezando. Además, en casa, rezaba el Rosario, y el Ángelus, estuviera donde fuera y con quien fuera, no se escondía, sonaban las doce del mediodía y él rezaba el Ángelus. Fue clavario del Cristo de la Palma. Y hay costumbre al llegar la imagen a casa del clavario de ofrecer a los acompañantes una “picadeta”, una especie de convite sencillo. El Siervo de Dios Manuel dijo que eso no hacía falta y no estaba en consonancia con el acto. Y no se hizo. Dio un buen ejemplo de cristiano coherente”.

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