Con los testimonios que me llegan a mí, quiero añadir una hermosa página del Padre Esparza publicada en su libro “Un matrimonio para la historia” páginas 91-93.

Declara así la testigo que estuvo de servicio en la casa de doña Adela:

“Toda su vida era caridad. Un detalle. En su casa no se tiraba nada. La ropa que ya no se usaba se entregaba a los pobres. A los pobres que acudían a su casa nunca les faltaba al menos un poco de comida. Y un caso a favor mío. Me faltaban 50.000 pesetas para quedarme con el piso que ya teníamos y así facilitarle la vivienda a mi hermano, que se había casado. En el banco me facilitaron 30.000 pesetas. Me faltaban otras 20.000. Lo comenté con doña Adela sin pedirle nada. Y sin más, doña Adela me dijo que me regalaba las 20.000. yo no quería aceptarlo. Entonces volvió a repetirme que no tenía que preocuparme. Era un regalo que me hacía y nada tenía yo que decir. Y así fue. Siempre me trataron bien. Puso paz entre nosotros los hermanos. Les facilitó trabajo a mis hermanos. Y cuando decidí que ya había terminado mi servicio de doméstica en la familia Casesnoves, ellos mismos me ayudaron para el trabajo de celadora en el Instituto de Xàtiva. No puedo pedir más”.

Ése es el sentido de la caridad de Manuel y Adela, el hecho de que Manuel fuera proclamado por el pueblo “padre de los pobres” era en un clamor de gentes hasta el punto que en su farmacia se hubiera podido colocar el rótulo de “farmacia de los pobres”. Motivo sobradamente suficiente para ver en Manuel Casesnoves Soler la figura gigante de un hombre cristiano que vivió, junto a su esposa, Adela Soldevila Galiana, la caridad en profundidad. Porque en Manuel ese sentido de generosidad, de solidaridad, de entrega desinteresada hacia los demás, tenía una motivación que iba más allá de su bondad humana, magnificándola hasta hacer de don Manuel y doña Adela unos testigos vivos del Evangelio.

Amaban al prójimo por sentirlo hermano en Dios nuestro Padre, por ver en los otros y más en los pobres la imagen de Jesús: “Bienaventurados vosotros que me disteis de comer… fui forastero y me acogisteis… estaba enfermo y me visitasteis… En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermano míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 31-46). Y ése fue el camino que Manolo y Adela hicieron suyo respondiendo al Maestro: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. Y ésa será la señal por la que conocerán que sois discípulos míos: si os tenéis amor unos a otros” (Jn 13,34-36). No en vano un testigo declaró que don Manuel era “como el brazo alargado de Dios”.

Haciéndome eco de ese testimonio, me atrevería a decir que Dios se valió de Manuel y Adela para hacerse presente entre las gentes de Xàtiva que de algún modo los pudieran necesitar, siempre como buenos testigos del Evangelio: “que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha” (Mt 6, 3), dejándose
llevar por el impulso del Espíritu de Dios y con plena conciencia de estar secundando los designios de la Providencia Divina.

En una sociedad como la setabense en aquellos años de la posguerra cuando las necesidades acuciaban y el dinero faltaba hubo quienes abusaron con la usura, cosa que no se ha podido decir ni de don Manuel ni de doña Adela que si accedieron a facilitar dinero a alguien, lo hicieron sin intereses, ni tan siquiera una firma que avalara la situación. “Ya me lo devolverás cuando puedas”, y los que recibían tal favor nunca se sintieron agobiados por devolver el préstamo sin intereses y sin plazo alguno. Hasta aquí la página escrita por el Padre dominico Esparza.

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