La Sierva de Dios vivió treinta años más. Se le vio crecer por dentro en calidad cristiana, en personalidad, en santidad. Fueron treinta años de intenso trabajo para poder llevar adelante la familia tan numerosa y la preocupación por todos sus componentes.

La farmacia la delegó en su hija Pilar que ya ayudaba mucho a su padre en ese menester hasta que su hijo Manolo terminara la carrera de Farmacia y mientras tanto buscaron a una farmacéutica de la familia que facilitaría su título para que la farmacia pudiera estar abierta legalmente.

Pero a mí me interesa la vida de doña Adela como viuda y madre. Y en primer lugar pregunto al Padre Esparza:

Padre, cuénteme algo sobre la Sierva de Dios Adela Soldevila. ¿Cómo llegó a conocerla?

Yo no la conocí personalmente, aunque la vi en una ocasión en la Colegiata. Después de su muerte es cuando me interesé por ella y es cuando la conocí perfectamente. Cuento: a mí me entregaron los escritos de doña Adela y aquello me sorprendió. Comencé a leer y descubrí un verdadero tesoro. Y a medida que iba leyendo y clasificando los escritos por temas, comencé a conocer el interior de la Sierva de Dios. Vi un progreso espiritual sensacional que le llevó a vivir la espiritualidad del postconcilio. Ella no se imaginaba la importancia que tenía lo que estaba escribiendo. Allí ella ponía su vida, su interior, sus inquietudes espirituales. Cuando leí todo aquel tesoro quise escribir un librito dando a conocer la santidad de la Sierva de Dios. Y cuando lo
presenté, la gente me dijo, “pero si el santo era don Manuel”. Ella le enseñó la vida cristiana y él lo tomó en serio. Adela fue una auténtica santa. Muy pronto me di cuenta que la vida de perfección cristiana de doña Adela la llevaba a la perfección en las mismas virtudes humanas. En ella no se entendía la perfección cristiana sin la base de la perfección humana. Afirmar que la Sierva de Dios alcanzó un alto grado de perfección cristiana es afirmar que, como
persona, se realizó plenamente en su vida.

Un sobrino suyo, Héctor Maravall, agnóstico él, cuando venía a Xàtiva, iba a ver a su tía y me contó en una carta, que guardo con interés: “me impresionaba ver a mi tía rezar, ¡me impactaba mucho! A nadie he visto rezar el Padre Nuestro como le rezaba mi tía Adela”.

¿Cómo vivía la Sierva de Dios las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad?

Los dos eran muy creyentes. Adela vivía la fe con intensidad. La oración llenaba su vida. Rezaba el Rosario, el Ángelus, la Visita al Santísimo. Impresionaba verles a los dos rezando en la Capilla del Santísimo.

Al escribir el librito sobre doña Adela, titulado: “Radiografía de un espíritu”, me di cuenta, en la medida que preguntaba y recibía testimonios, aparte de la lectura y estudio de los escritos de la Sierva de Dios, que estaba ante una santa seglar viviente, esposa y madre. ¡Y eso era muy grande!

Un sobrino suyo escribió una carta al enterarse de la muerte de Adela y entre otras cosas escribía: “Para mí la tía Adela era la dulzura viviente. Nunca he escuchado de ella una palabra o una expresión fría o dura. Siempre veía el lado bueno de las cosas. Siempre tenía palabras amables. Siempre tenía apuntando en su cara una sonrisa. Tengo plenamente grabado el recuerdo de un Padrenuestro después de las comidas y su dedicatoria “recordando a papá”. Toda
una filosofía de la vida, hermosísima, plena de esperanza, de ánimo y a la vez de amor, por el que ya no está. La tía Adela era un ejemplo de mujer bíblica. De esas que aparecen en la Historia Sagrada. Haciendo el bien a los demás, criando a sus hijos en la rectitud y en la honestidad. Que además recoge en su casa a otras personas necesitadas de ayuda. De esas mujeres fuertes, firmes, serenas. Podéis estar orgullosos de haber tenido una madre así. Fue una mujer admirable de las que hay muy pocas”.

La fe de doña Adela era exquisita, firme, madura, sencilla, irradiaba paz, serenidad, bondad. Era una mujer creyente como las Matriarcas de la Biblia. Esa fe la guió siempre y le dio fortaleza para luchar ante las dificultades, ante las persecuciones, ante la vida misma. Doña Adela fue valiente y esa valentía nacía de la fe fresca y viva que anidaba en su corazón.

La vida de fe de la Sierva de Dios le llevaba a ser un alma de oración. Doña Adela rezaba mucho, en la capilla ante el Santísimo y en casa con la familia. Impresionaba su forma de rezar. El fervor, la intensidad, la paz brotaba desde su alma. Conmovía verla rezar.

Para mí doña Adela vivía las virtudes teologales plenamente. Fue una vida de perfección cristiana humilde, sencilla. Por medio de sus escritos, que es lo que yo estudié puedo afirmar con seguridad, doña Adela vivió intensamente su vida interior unida a Dios. La Sierva de Dios vivió el don reservado a la gente sencilla y, en virtud del mismo don, degustó la Sabiduría del espíritu, que es quien la conducía a penetrar en las profundidades del misterio de Dios y la impulsaba a expresar, en versos, las experiencias de su vida interior. Sí, era una gran creyente.

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