Ante los muchísimos compromisos que la Sierva de Dios incorporó a su vida de viuda, yo me pregunto, ¿cómo pudo con tantas cosas?, la respuesta es clara y rotunda: el Espíritu Santo es quien da fuerza y ánimo para llevar nuestro compromiso cristiano adelante a pesar de flaquear nuestras fuerzas humanas o surgir problemas. El cristiano lleno de gracia, lleno de Cristo, lo puede todo y puede con todo, aquello del salmista, con Él a mi derecha, todo lo puedo. Adela pudo con todo y todo lo supo impregnar de amor.
Lo que una persona lleva en el corazón lo plasma en su forma de ser, de eso no hay duda. Leemos las poesías de Adela y descubrimos un gran corazón lleno de amor a Cristo y de entrega a los demás, pero yo quiero profundizar en esto y pregunto a su hija Adela para que me diga cómo era su madre, su
carácter, sus virtudes, su comportamiento. Y así me lo cuenta.
“Era de carácter alegre, le gustaba cantar tanto en casa como cuando hacía sus labores y por supuesto en la iglesia, ella cantaba en las celebraciones,
sabía aquello de san Agustín, “quien canta reza dos veces”.
De su afición a escribir versos, ya hemos hablado en otras ocasiones. También cuando asistía a Ejercicios Espirituales tomaba notas que le parecían
interesantes para guardarlas y saborearlas después.
El campo era su delicia; estoy segura que a todos nos contagió ese amor que sentía por la naturaleza. No le importaba hacer excursiones, cuando estábamos en Bisquert, después de cenar, a la luz de la luna, con nosotros y el servicio, aunque estuviera cansada. Le hemos oído decir a nuestro padre,
(en broma, claro) menos mal que hemos tenido nueve hijos, sino le tenía que haber rota una pierna.
Para mí, era una mezcla de mujer dulce, fuerte, sencilla, amable, acogedora, sabía en cada momento lo que tenía que decir. Cuando era necesario sacar el genio, lo sacaba, y si alguna de nosotras se merecía una palmada no dudaba en dársela, pero siempre sin herir ni ofender. Hay que comprender que éramos muchos y había que imponer un orden, unas normas y procurar que se cumplieran.
Era humilde, no le gustaba sobresalir en nada, ni era presumida, nunca la vimos pintada, aunque sí muy limpia y aseada, para ella, para todos y para la casa.
Le gustaba jugar al dominó. Cuando aun vivía nuestro padre, se reunían con algunos amigos en casa y jugaba. También con nuestras tías, cuando ya era muy mayor y no salía por las noches prefería echar la partida a ver la televisión”.
Es algo que yo me pregunto con frecuencia. He visto por medio de todo lo que me cuentan el amor que unía a estos dos esposos, la forma como se trataban y trabajaban; también su forma de pensar y vivir la fe y las otras virtudes teologales y cardinales. Ahora el Siervo de Dios ha muerto y comprendemos el hueco que ha dejado en la vida de Adela. Y entonces me preocupa saber como hablaba de su marido, que decía a sus hijas de aquel que había llenado su vida y de manera tan inesperada había desaparecido dejándola sola ante tanto ajetreo familiar, laboral y social.