Para responder a esta pregunta he de recurrir necesariamente a su hija Adela que con enorme sentimiento y sencillez abre su corazón y recuerda
aquellos dolorosos momentos.

«Nuestra madre fue deteriorándose lentamente, sus bronquios le impedían respirar con normalidad, perdió el poco apetito que tenía y fue necesario hospitalizarla. Fueron tres semanas de sufrimiento y de gozo las que estuvimos en el hospital hasta que casi sin darnos cuenta mientras cenaba dejó de existir. De sufrimiento porque no creíamos que mejoraba, ni que nos dieran esperanzas. Había días y momentos en que sufría mucho.

De gozo porque nos tuvo a los nueve hijos con sus nueras y yernos y a sus nietos, pendientes de ella que no la dejamos ni de noche ni de día y todas
las visitas que recibía a pesar de estar tan enferma a cada uno le decía aquella palabra que tenía que decir y la gente quedaba asombrada.

Por la mañana, aun en el hospital, no olvidaba sus rezos acostumbrados, la lectura que le leíamos y comentábamos y cuando venía el sacerdote le daba la Comunión. ¡Con cuánto fervor recibía al Señor! Y luego el silencio para dar gracias. Por las tarde rezábamos el Rosario y también Vísperas y los Padrenuestros por tantas necesidades como tenía siempre presentes.

Y mi madre murió como vivió, sencillamente y en esos momentos en que dejó de latir su corazón, que no sabemos qué pasa, qué se necesita, ella se entregó con toda su alma a Quien era el motor de su vida.

Si le decíamos: pronto nos iremos a casa. Ella respondía: Sí, a la Casa del Padre. Ese día, mi yerno Ximo estuvo a verla, como todos los días, para  animarla le dijo: «pronto volverá a casa», a lo que ella respondió: «Si que me voy pero es a la del cielo». Mi yerno regresó a casa, se quedó nuestra hermana Lola con ella y al poco en sus brazos expiró. Era el 3 de marzo de 1988.

Allí rezamos todos juntos rogando al Señor que la acogiera en su seno, que era toda su delicia, y en medio del sollozo contenido nos dejó una gran
paz, la sintíamos muy dentro de nosotros.

Su entierro fue normal, el Abad don Manuel Soler hizo una hermosa semblanza de ella, pero a mi lo que más me impactó, y que jamás olvidaré, fueron las palabras que al salir de la Seu y verme llorar, me dirigió don Francisco Vicedo, anterior Abad de Xàtiva, que en paz descanse, quien la conoció muy
bien y al que todos queríamos. Me dijo en valenciano: «No llore. La alegría que habrá tenido su padre cuando la ha visto entrar. Le habrá dicho ¡Ya era
hora que vinieras, treinta años esperándote!».

Yo personalmente no he conocido a la Sierva de Dios, pero sí que la conozco por todo lo que el pueblo de Xàtiva me ha contado. ¡Es tanto! que me atrevo a decir que gracias a los escritos que he leído, a los comentarios que he escuchado, ya la conozco, aunque sea un poco; también me he leído

sus versos, que algunos quiero incorporar a este libro, que son un encanto, una manifestación interior de un alma enamorada de Cristo, entregada a su familia y dispuesta para el bien de la Iglesia. Adela Soldevila es un regalo de Dios para Xàtiva y para todos aquellos que en este siglo xxi se acerquen a su persona para aprender su humildad, su sencillez, su bondad, su amor. Adela es un alma llena de Dios y un corazón para Dios. El segundo día de Navidad se reune toda la familia Casesnoves Soldevila para celebrar la fiesta del Nacimiento del Niño Jesús, nuestro Señor. Pasan
de 60 los miembros familiares, lo hacían viviendo su madre y ella recitaba la poesía compuesta por ella misma ante el Niño Dios. En memoria suya han seguido recitándola, al principio entre sollozos, ahora con alegría, No podemos olvidarla, me dice Adela Casesnoves. Y yo le respondo ahora ya nunca podrá olvidarla nadie.

«Una miraeta dolça
un besset t’ha de donar
pues soc, Jesus, tan pobreta
que res t’he pogut portar
pero tinc una cuneta
feta d’or i de marfil
açí dins amagaeta
per a que pugues dormir
T’arrullaré qual mareta
et donaré el meu amor
i si mil vides tinguera
per Tú les donaré jo.

Su hija Adela me dice que al recitar esta poesía el día de Navidad, su madre se transformaba. ¡Qué entonación!, ¡Cuánta fe!, ¡Cuánta ternura!, ¡Qué  expresión en sus ojos!

Manuel Casesnoves y Adela Soldevila. Parroquia de Santa María de Xàtiva

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