Poesías de la sierva de Dios Adela Soldevila

Viene el esposo: salid a su encuentro

Si la tempestad en vida os hace titubear
no lo olvidéis, no temáis
viene la luz e ilumina para seguir,
entonar el Aleluya, que ampare vuestra estrella
con toda claridad.
Os esperamos a todos en la eternidad
de Dios, donde gozaremos participando de su amor.

Me encanta contemplar
Los picos de las montañas
majestuosas se elevan
haciéndome comprender
el más allá de las cosas
y el poder de nuestro Dios
que de la nada las hizo
para que gozara yo.

Una muerte caliente en tu regazo
no sentir el frío de lo inerte
pues, comienza entonces nuestra vida,
¿por qué temerte? Liberación cumplida.
Ni tristeza ni llanto
quien pone en la verdad
todo el encanto.

En el atardecer de la vida
las flores se van secando
y el contar de los años
presagia un nuevo encanto
con la luz de la esperanza
que se agranda y da alegría
contemplando la alborada feliz
del eterno día.

La Sierva de Dios Adela sabe muy bien lo que le espera después de la muerte. Por la fe lo ha aprendido y con la confi anza espera en el Señor disfrutar en el País de la Vida eterna, la que Dios ha preparado para los que le aman.

He disfrutado leyendo y releyendo, rezando, incluso, estos poemas de Adela; me encantan. ¡Cuánta paz, cuánta serenidad, cuánta confianza en la misericordia de Dios, en la gracia del Señor Jesús!” De verdad que reconforta. Pensar de esa manera cuando, por la edad, se ve cerca el final de la vida terrena, muestra la calidad de la vida espiritual. Y eso es lo que la Sierva de Dios vive a pleno pulmón.

Para Adela la muerte es el encuentro con Cristo, el Redentor del hombre; es el encuentro esperado, defi nitivo y por eso gozoso. Nada de temer a Dios, nada de sentir miedo a la muerte, sino cantar el Aleluya, es decir, cantar aquello del salmo 121: “Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la Casa del Señor”.

No conocí a la Sierva de Dios, ni se como el ánimo que mostró a la hora de la muerte, pero leyendo y rezando estos versos, puedo fi arme de que seguro que a todos dio ejemplo de acatamiento a la voluntad divina y con alegría recibiría a la “hermana muerte”, como diría san Francisco de Asís.

Ella sabe que en el atardecer de la vida lo que cuenta es haber hecho los deberes de Dios, haberlos cumplido, pues como afi rma también san Juan de la Cruz, “Al atardecer de la vida se nos examinará del amor”. Y, desde luego, queremos y debemos aprobar este examen.

Adela vivó entregada a sus deberes. Primero, con su esposo Manolo y con sus hijos, formando una familia “Iglesia domestica”, en donde el nombre
de Dios era honrado, alabado, valorado y querido. Practicando la caridad como hemos visto en muchas páginas de este escrito. Luego ya como viuda, asumiendo la voluntad de Dios y trabajando para cumplir los incontables compromisos asumidos desde la familia, la farmacia, las obras de caridad y las actividades parroquiales.

La Sierva de Dios Adela pudo con todo. Por eso al atardecer de su vida puede estar contenta de haber hecho los deberes. Y seguro que podría oír la voz del Señor que le diría: “Adela entra a gozar del banquete de tu Señor, Manolo te espera con los brazos abiertos”.

¡Qué dicha tan grande, Adela!

Manuel Casesnoves y Adela Soldevila. Parroquia de Santa María de Xàtiva

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