Poesías de la sierva de Dios Adela Soldevila
12. mi querido Manolo
Ya no te ven mis ojos
siento tristeza
aunque tú te llevaste
mi dulce queja.
Qué gran vacío
buscando hueco
a la esperanza
susurran mis oídos
algo te falta.
Me enseñaste a sufrir
a redimirme
vive en mí tu recuerdo
hasta morirme.
La Sierva de Dios dedica estos versos a su marido que acaba de morir. Todos ellos rezuman mansedumbre, esperanza, fe, todo entremezclado con el dolor de la pérdida del ser amado.
Adela era una mujer de mucha fe, de vida espiritual firme, pero como les he dicho tantas veces, la fe no quita el dolor. ¡Lo ilumina!, pero no lo quita. Por eso la Sierva de Dios llora a su marido muerto, pero siempre con esperanza y arropada por la voluntad divina.
Ella recuerda los momentos agradables, sus largas conversaciones de novios, la maduración de la fe de Manolo. Ella lo saborea en su corazón. Quiere recordar a su marido con alegría, cuando pueda, pero siempre con alegría y con esperanza. Adela nunca se desesperó ante la muerte de su amado y aún pensando en el trabajo que a partir de ese día 24 de mayo le venía encima. Siempre tranquila, siempre serena, siempre confiada en la voluntad del Señor.
¡Qué gran vacío!, piensa en su corazón. Y es verdad. Cuando se nos va la persona amada queda en nuestra vida el gran vacío que nadie lo puede llenar. Estará ahí para siempre. La Sierva de Dios tiene que arremeter con problemas de la hacienda, de la farmacia, de los hijos. ¡Son tantas cosas! Pero ella acude a Dios: “Señor, Tú eres mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?. Tú eres la defensa de mi vida, ¿quién me hará templar?”. Y ahí encuentra paz, ahí encuentra consuelo. Al faltar su marido la oración ante el Sagrario se hace, si cabe, más necesaria. Acudirá al manantial de la gracia, donde sabe que está la fuerza, el ánimo, la solera que necesita en estos momentos.
Son admirables los pasos que Adela va dando, “me enseñaste a sufrir”, ella sabe sufrir en silencio, llora en silencio, pero el Señor le da la valentía que dio a las Matriarcas del Antiguo Testamento, Raquel, Judit, Sara, Ester; ella es la mujer fuerte que ha de poder con todo. “Vive en mí tu recuerdo”. Su Manolo, el papá como dirá a sus hijos, estará siempre presente en cada pensamiento, en cada palabra, en cada mirada: Manolo está ahí, en su corazón, ¡Vivo!, presente y ella lo sabe, ella lo siente, ella lo vive. Y por eso puede con todo. Nunca se acobardó.
Miro su fotografía y veo a una mujer curtida con el rostro sufrido y a la vez con una mirada penetrante, limpia, abrazadora, feliz, abierta; una mirada que invade el corazón.
Adela quiere seguir la obra empezada entre los dos: la caridad. Ahora le toca a ella trabajar también por los demás, como dice la Escritura: “Su caridad es constante”, como si estuviera Manolo, nada debe cambiar en el ejercicio del bien, en la práctica de la caridad. ¡Y lo supo hacer muy bien!
“Vive en mí tu recuerdo hasta morirme”. Y así vivió la Sierva de Dios, por eso después de cada comida, al dar gracias, añadía: “Y ahora un Padre nuestro por el papá”.
¡Fuiste muy grande, Adela!