Poesías de la sierva de Dios Adela Soldevila
14. Crecimiento espiritual en la sierva de Dios
Tarea ruda, imperfecta.
¿Cómo soñar despierto?
Apaga tus sentidos
percibirás la intimidad
de lo divino.
Entonces… (Señor)
la noche se hará luz
y tu amor mi libertad
y el ansia de darte gloria
mi mayor felicidad.
Hacer desierto en mi vida
sentir tus pasos cercanos
y tu presencia me haga
descubrirte en el hermano.
(Señor): Cepíllame fuertemente
para que no se me pegue
el polvillo de la tierra,
pues tan hermosa la hiciste
que sin querer, se me van
los ojos en pos de ella.
Pobre del todo, Señor,
quiero hacerte sonreír
pensar y luchar contigo
aunque me tenga que herir,
me está pidiendo la entrega
y yo te pido un favor:
que apartes lo que me impida
corresponder a tu amor.
La Sierva de Dios experimenta el crecimiento espiritual en su vida y sabe que no viene sin lucha ni esfuerzo. Alcanzar una meta en la vida siempre supone
lucha, esfuerzo, negación, ascesis y si para lograr metas humanas es necesario todo eso, mucho más lo es para alcanzar un nivel elevado en la relación con nuestro Padre Dios. No es fácil la vida de fe, tampoco lo es crecer en la vida espiritual, en la vida interior. Pero sabemos muy bien que ahí reside la categoría humana y espiritual de la persona creyente. Y aquí en la medida se va profundizando en los versos de Adela nos damos cuenta del poso humano y cristiano que existe en su corazón. Ello, sin pretenderlo, lo muestra en cada estrofa de sus poesías. Son el reflejo de su alma.
Hemos hablado ya de la noche oscura del alma, aquella que nos muestra san Juan de la Cruz y que también experimentó la Sierva de Dios, pero también Adela ve despuntar la luz, señal de vencimiento, de logros y es entonces cuando el amor de Dios resplandece en su corazón y lo llena de felicidad.
La vida de Adela siempre estuvo escondida en ese desierto que ella se construía y en donde se encontraba a solas con “Aquel que sé que me ama”, con su Dios, con quien hablaba en cada instante, con quien contaba en su vida y ajetreos, problemas y preocupaciones. Esa presencia de Dios le hacía descubrir al hermano. ¡Qué conciencia más fina la de la Sierva de Dios! Lo expresa muy claramente cuando escribe: “Cepíllame fuertemente para que no se me pegue el polvillo de la tierra”. A pesar de la belleza de la tierra, obra del Creador, ella no quiere vivir para la tierra, aunque sabe que necesita de ella, sino vivir del cielo, de donde nos viene el auxilio del Señor. Con esa savia, con esa fuerza y ese empuje puede luchar y caminar hacia delante con la cabeza levantada, los pies bien puestos en la tierra, los ojos en el cielo y trabajar en este mundo hasta la llegada del Señor que llama a todos a su Reino, ese reino de amor, de paz, eterno y lleno de gracia que Adela ansía lograr.
Adela vive la presencia de Dios desde la hermosura de la tierra.