Poesías de la sierva de Dios Adela Soldevila

17. Yo soy la arcilla, Tu eres el alfarero

Señor: Déjame hacer en tus manos
para que pueda crecer.
Déjame hacer en tu luz
para que pueda ver.
Déjame hacer en tu cruz
para poderme ofrecer.
Déjame hacer en tu amor
y te sabré comprender.

Cuando de mí nada quiera
tan sólo amor para amarte
será mi oración más pura
y mejor para entregarme.
Pues ya que
buscándome a mí misma
no te he hallado
desasida de todo, te he encontrado
amor crucificado.

Me ha dado cita el amor
un amor crucificado,
si aceptas la invitación
sabrás de quien te has fiado.

Sólo Tú, Señor, llenas mi vida
sólo Tú, Señor, colmas mi anhelo
sólo Tú, Señor, templas mi fuego
sólo Tú, Señor, mi consuelo.

En estos versos la Sierva de Dios abre su corazón a su Amor de los amores: Cristo Jesús. Ella sabe que sólo en Él encontrará lo que busca. ¿Qué busca? La santidad, la perfección, ser más cristiana y mejor cristiana. Eso es lo que anhela la Sierva de Dios Adela. Y ella sabe que en Cristo está la fuente viva y que su luz le hará ver la luz, esa luz que brilla en medio de las tinieblas y que es la gracia. Busca ser hecha por Dios, por eso creo interpretar las palabras del profeta Isaías cuando dice: “Señor, yo soy la arcilla y tú, el alfarero”. Adela quiere ser modelada por las manos del Señor, quiere agradar al Señor en todo, pensamientos, palabras, obras: todo. Ella quiere hacer de su vida un himno de gratitud al Creador.

Adela quiere encontrar el amor de Dios y llenarse de él totalmente. Es su anhelo, es su deseo y como la cierva busca corrientes de agua, ella busca la savia fresca que mana de la fuente de la gracia. Sólo en Cristo encuentra la plenitud. Sólo Cristo enciende su alma. Sólo Cristo es el camino, la verdad y la vida. Adela lo vive con seriedad y sabe que en Él es donde tiene la semilla para alcanzar la vida eterna y la santidad que ella busca.

La Sierva de Dios no oculta en su vida el amor que siente por Dios, por su Divina Providencia. Cuando murió su marido Manuel, a pesar de su fe, el dolor caló en su persona, había perdido a la persona amada, es un vacío muy difícil de llenar. Adela acudió al Amor de Dios y ahí encontró la luz, la fuerza, la ilusión por vivir. Y ya nunca se separó de ese Amor de Dios.

Y es curioso que en la vida de los santos encontramos siempre escenas parecidas. Buscan a Dios, es más, lo tienen, Dios se complace en habitar en esas almas grandes, limpias, generosas. Adela sigue ese mismo camino y aplica a su vida aquellas palabras de san Pablo: “Mi vida está crucificada con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. En Adela se da esto a la perfección. ¡Qué interior más limpio y grande! Ella vive el amor crucificado y se sabe amada por Dios y goza haciendo vivir en su corazón al mismo Cristo: es Cristo quien vive en mí.

Mucho podemos aprender de la Sierva de Dios. Nos hace mucha falta alcanzar la calidad espiritual en nuestra vida. Adela la tuvo y debemos aplicarla a nuestra persona.

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