Poesías de la sierva de Dios Adela Soldevila

18. Tu mirada, Señor, me da luz y alegría

Qué me importa la vida
qué me importa el dolor.
Lo que me importa es tu voluntad,
Señor.

Tu mirada acaricia (Señor)
promete ensueños
qué feliz yo me siento
junto a mi dueño.

Tu mirada da luz
sana alegría
qué feliz yo seré
junto a mi vida.

Tu mirada es
de firme esperanza
junto a ti mis
anhelos
colmarán
mis ansias.

Para Ti, sólo mi amor (Señor)
de tal manera
que nada me cautiva
ya en la tierra.

El nivel tan alto que alcanza la vida espiritual de la Sierva de Dios impresiona de tal manera que parece mentira que un ser humano viva de esa manera su intimidad con el Señor. Recuerdo aquel pasaje de san Mateo donde el Señor echa en cara a los que dicen y no hacen, aquellos que aclaman sin cesar: “Señor, Señor”, y no cumplen la voluntad del Padre. Adela lo vive en plenitud. Ella ha experimentado la unión con Cristo que ya no puede entenderse su vida sin la oración, sin la conexión con el Creador y Redentor.

Cuánta finura espiritual, cuánta elegancia interior en estos versos de la Sierva de Dios. A ella lo que le importa más que nada en el mundo es la voluntad divina, lo demás carece de importancia. Para ella la mirada de Dios, su corazón, sus palabras son el motor que la empuja a crecer y a subir a las alturas de donde nos viene el auxilio del Señor. Esa mística que anida en el interior de Adela la engrandece ante Dios y ante nosotros que vemos su corazón tan lleno de la sabiduría divina, tan repleto de amor que el entusiasmo y la admiración que sentimos nos hace sentir pobres criaturas y lejos, muy lejos de la espiritualidad que la Sierva de Dios ha logrado alcanzar.

“Tu mirada da luz, tu mirada es firme esperanza. Para Ti, sólo mi amor”. Ése es el secreto de la santidad de Adela. Ya sólo vive para el Amado, sólo Cristo, como dijo san Pedro: ¿A dónde iremos, Señor?, sólo Tú tienes palabras de vida eterna. Eso mismo vive Adela en su alma. Esa mirada de Dios que lo abarca todo y lo trasciende todo, llega también a la vida de Adela y la envuelve con su luz de tal manera que se produce la transfiguración, se hace presente en su vida el Tabor, la experiencia antepascual que vivieron los tres Apóstoles en la Montaña santa.

La Sierva de Dios que aceptó la viudez con elegancia espiritual porque ahí vio la voluntad de Dios, ahora ya nada le cautiva tanto más que Jesucristo: “Para Ti sólo mi amor”, como decía santa Teresa de Jesús: “Mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado”.

Adela ha alcanzado la cima y se encuentra con Cristo.

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