Poesías de la sierVa de dios adela soldeVila

20. quiero ir al encuentro del señor

Oh fugaz ilusión
de la vida,
qué sería de mí
sin tu firme esperanza.
Transida de dolor
el sollozar del alma
se eleva hacia ti (Señor)
buscando anhelos
que mitiguen la sed de mis desvelos.
¿Si pudiera decirles
lo que siento?
Déjame ya morir en mi lamento.

Que cambie todo mi ser
llegar, poder gozar
con alegría en la vida
y en toda la eternidad.


Vamos llegando al fin de la vida terrena de la Sierva de Dios. Ella lo presiente, ve venir el final y lo plasma en sus sentimientos, que no son de resignación ni de pena, Adela sabe lo que hay después de la puerta de la muerte, como decía aquel sacerdote, lo hermoso es lo que hay detrás de la puerta: la vida eterna, Jesucristo.

La Sierva de Dios vive la virtud teologal de la esperanza, seguro que los testigos han descrito el grado heroico con que vivió esta virtud, pues Adela era una mujer llena de esperanza. Precisamente por eso, a pesar de todos los problemas que tuvo, era muy feliz; su confianza en el Señor fue firme, su esperanza inconmovible.

Pero ahora la Sierva de Dios sabe que por la edad y los achaques de salud, el final está muy próximo. No tiene miedo a la muerte. La muerte para ella es el abrazo con Cristo, es la entrada a la eternidad, es el cielo que Dios ha preparado para los que lo aman.

Adela quisiera comunicar estas cosas a su familia, ¿lo entenderán? Podría preguntarse: «¿Si pudiera decirles lo que siento?». Yo creo que en más de una ocasión lo comunicaría sobre todo a las hijas que más cerca tenía en esos momentos, Pilar y Adela. El verso último muestra la delicia que la Sierva de Dios goza en su corazón: Que cambie todo mi ser, llegar, poder gozar con alegría en la vida y en toda la eternidad.

Ése es el secreto de Adela que intenta vivir en la esperanza del cielo y una vez allí, después de la muerte, gozar eternamente, gozar con alegría, pues verá  a Dios tal y como es, porque como dijo Job: «Lo veré yo mismo, no otro, mis propios ojos contemplarán a Dios mi Salvador». Ésa es la fe y la esperanza  que siempre mostró la Sierva de Dios y eso mismo lo demostró en sus últimos momentos. Nunca sintió pena sino alegría: «Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor».

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